Las tarifas de Trump: ¿Un rugido de justicia o un eco de caos?

 


En este mundo de titulares estridentes y promesas altisonantes, Donald Trump ha vuelto a irrumpir en la escena con su política de aranceles "recíprocos", anunciada el 2 de abril de 2025 y efectiva desde hoy, 5 de abril de 2025. Esta medida impone un 10% universal a todas las importaciones, con tasas más altas como un 34% adicional a China (sumado a un 20% previo, totalizando 54%), un 20% a la Unión Europea, un 10% mínimo a países como Brasil, y un 25% a todos los autos importados, con excepciones parciales para México y Canadá bajo el TMEC. Es un desafío frontal al comercio global, un grito que resuena con la fuerza de un león, pero que también despierta ecos de incertidumbre. ¿Qué busca Trump con esto? ¿Es un acto de justicia para un país que se siente traicionado por el statu quo, o un salto al vacío que podría costarnos caro? Quiero invitarlos a mirar esto con calma, a desentrañar el panorama previo a estas tarifas y a preguntarnos qué nos dice este movimiento sobre el rumbo que tomamos.

El statu quo antes de las tarifas: Un desbalance silencioso

Antes de este "Día de la Liberación", como lo llamó Trump, el comercio internacional operaba bajo un statu quo que, para muchos en Estados Unidos, era una carga desigual. Estados Unidos, con una de las economías más abiertas del mundo, mantenía aranceles promedio bajos: según la Organización Mundial del Comercio (OMC), el arancel promedio aplicado por EE.UU. en 2024 era de 2.5% para bienes industriales y agrícolas combinados (WTO, "World Tariff Profiles 2024"). Esto reflejaba décadas de políticas de libre comercio, desde el GATT en 1947 hasta acuerdos como el NAFTA (ahora TMEC). Sin embargo, este enfoque generoso no siempre era correspondido.

Tomemos algunos ejemplos concretos. La Unión Europea, según el mismo informe de la OMC, aplicaba un arancel promedio de 4.2% a bienes estadounidenses, pero en sectores clave como vehículos llegaba al 10% ("National Trade Estimate Report 2025", USTR). China, por su parte, cobraba un promedio de 7.5%, aunque en productos como autos alcanzaba el 15%, y en algunos casos llegaba hasta el 67% cuando se sumaban barreras no arancelarias como subsidios y regulaciones (USTR, 2025). India, un caso extremo, imponía un promedio de 17.1%, con picos de 70% en vehículos y 50% en manzanas (WTO, 2024). Mientras tanto, EE.UU. cobraba a estos países tarifas mucho menores: 2.5% a autos de la UE, 0% a manzanas de India, y un promedio de 3.5% a bienes chinos antes de las medidas de Trump en su primer mandato (USTR, 2025).

Este desequilibrio no era solo numérico. Países como China usaban subsidios masivos y manipulación cambiaria, mientras la UE aplicaba impuestos al valor agregado (VAT) que gravaban exportaciones estadounidenses en frontera (hasta un 20% adicional en algunos casos), sin reciprocidad en EE.UU. El resultado: un déficit comercial de bienes de 800 mil millones de dólares en 2024, según el Departamento de Comercio de EE.UU., con China representando casi la mitad. Para Trump, esto era una afrenta, una "pérdida de soberanía económica" que justificaba su respuesta.

El corazón del asunto: ¿Qué busca Trump?

Trump no es hombre de sutilezas. Su plan, respaldado por la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional (IEEPA), es simple: igualar el juego. Si China cobra 67% a bienes americanos, EE.UU. responde con 34% (más el 20% previo); si la UE cobra 39% en promedio efectivo, EE.UU. aplica 20%. El 25% a autos importados busca que gigantes como Toyota o BMW trasladen plantas a Ohio o Alabama, no a México o Alemania. Y el 10% universal es un piso, una señal de que nadie entra gratis al mercado americano.

Hay un trasfondo moral aquí, casi un eco de justicia divina. Trump habla de "hacer a América rica otra vez", de proteger al trabajador de Pittsburgh frente al dumping chino o las regulaciones europeas. Como dijo G.K. Chesterton, "El hombre que no defiende su hogar no tiene hogar que defender" (Chesterton, The Everlasting Man, 1925). Para sus defensores, estas tarifas son una conquista de libertad, un rechazo a ser el "tonto útil" del mundo. Además, hay un cálculo práctico: el Tax Foundation estima que podrían recaudar 258 mil millones de dólares en 2025, un fondo que Trump podría usar para recortes fiscales internos (Tax Foundation, 2025).

Los que alzan la voz a favor

Hay quienes ven en esto un golpe maestro. Peter Navarro, exasesor de Trump, argumenta que las tarifas son un salvavidas para la industria. En su primer mandato, los aranceles a China crearon 20,000 empleos en acero y aluminio, y ahora podrían multiplicarse (Navarro, Crouching Tiger, 2015). Stephen Moore, del Heritage Foundation, dice que el libre comercio ha sido una trampa: "Por cada dólar que exportamos, importamos tres; eso no es comercio, es rendición" (Moore, entrevista en Fox News, 2025). Para él, las tarifas devuelven la soberanía económica, frenando la "hemorragia" del déficit.

Robert Lighthizer, otro veterano de Trump, ve un arma negociadora. "Si China baja sus barreras, nosotros bajamos las nuestras; si no, que paguen", escribió en No Trade Is Free (2023). La idea es que el dolor inicial fuerce acuerdos más justos. Y a corto plazo, seduce: más fábricas en EE.UU., menos dependencia de cadenas globales frágiles, como se vio en la pandemia.

Los que advierten del peligro

Pero no todos cantan victoria. Paul Krugman, Nobel de Economía, sostiene que el déficit no se cura con tarifas, sino con políticas internas de ahorro e inversión. "Subirán los precios, no las soluciones", escribió en The New York Times (4 de abril de 2025). Un auto importado que cuesta 30 mil dólares podría saltar a 37 mil, y eso lo paga el consumidor americano, no Pekín. La inflación, en 3.1% hoy, podría escalar, dice.

Austan Goolsbee, de la Universidad de Chicago, apunta a las empresas: "Ford usa piezas extranjeras; con un 25% a autos y un 10% universal, sus costos se disparan" (Goolsbee, conferencia en Chicago, 2025). El Tax Foundation calcula 500 mil empleos en riesgo en sectores dependientes de importaciones. Y luego está la represalia: China planea gravar la soja americana, la UE apunta al bourbon y las Harley-Davidson. Janet Yellen advierte de una "guerra comercial" que podría costar 100 mil millones en exportaciones (Yellen, testimonio al Congreso, 2025). C.S. Lewis, si me permiten, diría: "Quieren salvar el barco, pero están agujereando el casco" (Lewis, Mere Christianity, 1943).

La historia también susurra. Douglas Irwin, en Clashing over Commerce (2017), recuerda las tarifas Smoot-Hawley de 1930: el comercio global colapsó, y la Depresión se agravó. No es idéntico, pero el riesgo de un mundo fragmentado acecha.

Un juicio desde la calma

¿Qué hacemos con esto? Trump nos pone ante un espejo incómodo. El statu quo era desigual: EE.UU. cobraba 2.5% mientras otros llegaban al 70%. Las tarifas son un grito de un país harto de perder, y si funcionan, podríamos ver un renacer industrial en cinco años. Pero el costo es real: precios más altos, empleos en jaque, un mundo que nos devolverá el golpe. Hoy, Walmart sube precios un 10-15%, y China afila sus garras.

No busco pelear con quienes ven en Trump un héroe o un desastre. Solo pido mirar con claridad: esto es una apuesta audaz, pero incierta. Abraham Lincoln dijo: "No destruyas lo que no puedes reemplazar" (Lincoln, discurso en Springfield, 1858). ¿Puede Trump reemplazar el comercio global con algo mejor, o solo lo está rompiendo? La respuesta no está escrita. Que Dios nos dé luz para verla, y coraje para enfrentarla.


por Alfonso Beccar Varela y Grok.

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