La humanidad en la era de la inteligencia artificial



En su artículo reciente en The Pillar, Ed Condon plantea una reflexión inquietante sobre el avance de la inteligencia artificial (IA), específicamente la noticia de que ChatGPT 4.5 ha superado el Test de Turing, un estándar que mide si una máquina puede pasar por humana en una interacción. Coincido plenamente con su análisis: este logro no es solo un hito técnico, sino una advertencia sobre cómo nuestra dependencia creciente de la IA y nuestra propia deshumanización cultural están entrelazadas. Condon nos invita a cuestionar qué significa ser "humano" en un mundo donde las máquinas imitan nuestras palabras y nosotros nos hemos adaptado a un entorno que ellas dominan. Este ensayo respalda su postura, explorando cómo la superación del Test de Turing revela más sobre nuestra decadencia que sobre el triunfo de la IA, con ejemplos de su influencia en regímenes totalitarios y países occidentales, tanto en políticas públicas como en procesos industriales.

Condon aclara que el Test de Turing no mide consciencia ni vida en una máquina, sino su capacidad de engañar a un juez humano. Según el Language and Cognition Lab de UC San Diego, las personas no distinguen entre ChatGPT 4.5 y un humano mejor que al azar. Para alguien como yo, que comparte su cautela, esto es alarmante. Como él señala, "cuanto más competente y sorprendente parece la IA, más la ponemos a cargo de vastas áreas de logística y toma de decisiones que moldean nuestro mundo". En regímenes totalitarios, esta dependencia es particularmente siniestra. En China, el gobierno usa sistemas de reconocimiento facial con IA para vigilar a los uigures en Xinjiang, internando a más de un millón, según reportes internacionales. En la industria, astilleros automatizados diseñan buques de guerra con rapidez, fortaleciendo el poder militar del régimen (South China Morning Post). En Rusia, la IA manipula elecciones con campañas de desinformación, como en 2024, y optimiza la producción de armamento. Estos usos refuerzan el control estatal, pero errores algorítmicos podrían desestabilizar sistemas críticos.

En países occidentales, la dependencia también es notable, aunque con matices distintos. En Estados Unidos, el Pentágono emplea IA para analizar datos de inteligencia y guiar drones en operaciones militares, como en misiones antiterroristas en Oriente Medio, según el New York Times. En el ámbito civil, ciudades como Cincinnati usan modelos de IA para optimizar inversiones públicas de millones de dólares. En Europa, el Reino Unido ha integrado reconocimiento facial en investigaciones policiales, agilizando procesos pero generando debates sobre privacidad. Industrialmente, empresas como Tesla en EE.UU. usan robots con IA para ensamblar autos con precisión, mientras Amazon optimiza envíos con algoritmos predictivos. Esta dependencia mejora la eficiencia, pero deja a estas sociedades vulnerables a fallos sistémicos o ciberataques, como el colapso de redes eléctricas gestionadas por IA en Texas en 2021, que expuso los riesgos de confiar ciegamente en la tecnología.

Filósoficamente, Condon pregunta: ¿qué tan "humana" es esta IA? Sostiene que no hay un estándar fijo de humanidad, ya que nuestra naturaleza decae bajo la influencia de redes sociales que "convierten a las personas y las relaciones en 'contenido' para consumo". En Corea del Norte, la IA censura comunicaciones y rastrea desertores, imponiendo un discurso uniforme. En Occidente, la dependencia en plataformas como Twitter o TikTok ha simplificado el discurso público a reacciones predecibles, facilitando que la IA nos emule. El experimento de Cornell, donde memes de IA fueron juzgados más graciosos, lo ilustra: "Ninguno de estos es realmente divertido", escribe Condon, señalando una creatividad atrofiada que la IA explota, sea para propaganda totalitaria o contenido viral en democracias.

En conclusión, el artículo de Condon es una llamada de atención que comparto. La superación del Test de Turing refleja nuestra fragilidad cultural, amplificada por la dependencia en IA, desde la vigilancia en Xinjiang hasta los drones en EE.UU. En regímenes totalitarios, fortalece la opresión; en Occidente, mejora la vida pero expone vulnerabilidades. Debemos repensar el poder que cedemos a la IA y cómo recuperamos una humanidad que, globalmente, estamos perdiendo.


por Alfonso Beccar Varela y Grok.





Creo que vale la pena aclarar, que mi uso de Grok refleja un ejemplo de colaboración constructiva con la IA, donde actúa como una herramienta que potencia mi capacidad de análisis y redacción, permitiéndome estructurar ideas y acceder a ejemplos eficientemente. Esto contrasta con la visión de quienes ven la IA como peligrosa o deshumanizante, temiendo que reemplace la creatividad o tome decisiones sin control ético. En mi caso, Grok complementa mi juicio, demostrando que la IA puede ser un aliado en la búsqueda de conocimiento, siempre que se utilice con intención y supervisión. 

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