Defensa de Tomás de Torquemada y la institución de la Inquisición

 


Introducción: Orígenes y evolución de la Inquisición

La Inquisición, como institución eclesiástica dedicada a combatir la herejía, tiene sus raíces en el siglo XIII, cuando la Iglesia Católica enfrentó desafíos doctrinales significativos, particularmente durante la cruzada contra los cátaros en el sur de Francia. Los cátaros, una secta dualista que rechazaba la autoridad de la Iglesia y predicaba una visión gnóstica del mundo, representaban una amenaza tanto teológica como social en regiones como Languedoc. Para contrarrestar esta herejía, el papa Gregorio IX formalizó la Inquisición en 1231, delegando a la orden dominica, fundada por Santo Domingo de Guzmán, la tarea de investigar y juzgar a los herejes. Santo Domingo, conocido por su predicación pacífica contra los cátaros, no estableció directamente la Inquisición, pero su orden, con su énfasis en la ortodoxia y la erudición, se convirtió en su brazo ejecutor. Según el historiador Bernard Hamilton, "los dominicos fueron elegidos por su preparación teológica y su compromiso con la defensa de la fe, convirtiéndose en los principales agentes de la Inquisición medieval" (The Medieval Inquisition, 1981, p. 36).

Antes de la Inquisición Española, las inquisiciones medievales operaban en Europa, especialmente en Francia, Italia y Alemania, con métodos variados pero generalmente menos sistemáticos. Estas primeras inquisiciones dependían de obispos locales o legados papales, carecían de una estructura centralizada y a menudo se limitaban a regiones específicas. Los castigos incluían penitencias, prisión o, en casos extremos, la entrega al "brazo secular" (autoridades civiles) para la ejecución, ya que el derecho canónico prohibía al clero derramar sangre. Sin embargo, estas inquisiciones eran esporádicas y menos eficientes que el modelo español posterior. La Inquisición Española, establecida en 1478 por los Reyes Católicos, marcó un punto de inflexión al convertirse en una institución estatal, controlada por la Corona y diseñada para servir tanto objetivos religiosos como políticos, particularmente la lucha contra la herejía como una política de Estado para consolidar la unidad nacional.

Tomás de Torquemada, nombrado Inquisidor General en 1483, lideró esta institución con un rigor que la hizo famosa, pero también infame debido a la propaganda de la leyenda negra. Este ensayo defiende la personalidad y el actuar de Torquemada, así como la Inquisición Española, destacando su papel como una política de Estado, la separación funcional entre la Inquisición y el Estado en la aplicación de penas, y su contribución a la formación de una España unificada. 

Breve biografía de Tomás de Torquemada

Tomás de Torquemada (1420-1498) nació en Valladolid, España, en una familia de origen converso, con antepasados judíos convertidos al cristianismo. Desde joven mostró inclinación por la vida religiosa, ingresando a la orden dominica, conocida por su énfasis en la predicación y la defensa de la ortodoxia. Su formación teológica y estricta disciplina lo destacaron como un monje ejemplar, caracterizado por su ascetismo. Rechazaba lujos, vestía hábitos simples y dedicaba horas a la oración y el estudio, ganándose el respeto de sus contemporáneos.

En 1474, Torquemada se convirtió en confesor de la reina Isabel de Castilla, lo que le permitió influir en la corte y establecer una relación cercana con los Reyes Católicos. En 1483, fue nombrado Inquisidor General de Castilla y Aragón, liderando la Inquisición Española durante un período crítico de unificación nacional. Organizó la institución con un sistema estructurado, supervisando procesos contra la herejía, especialmente entre conversos sospechosos de judaizar. También apoyó la expulsión de los judíos en 1492, una medida impulsada por los Reyes Católicos para reforzar la unidad religiosa. Murió en Ávila en 1498, dejando un legado polarizante: para algunos, un defensor de la fe; para otros, un símbolo de intolerancia. Su vida refleja las tensiones de una era donde religión y política eran inseparables.

Contexto histórico: Una España en transición

La España del siglo XV era un mosaico de reinos, culturas y religiones, unificado precariamente bajo los Reyes Católicos. Siglos de Reconquista contra los musulmanes dejaron una sociedad marcada por la guerra y la diversidad religiosa, con cristianos, judíos y musulmanes coexistiendo en tensa armonía. La caída de Granada en 1492 marcó el fin de la Reconquista, pero intensificó los esfuerzos por consolidar una identidad nacional cohesionada, donde el catolicismo era el pilar central.

La lucha contra la herejía se convirtió en una política de Estado, ya que la religión no era solo una cuestión espiritual, sino el fundamento de la lealtad política y social. La unidad religiosa se consideraba esencial para evitar la fragmentación de un reino vulnerable a revueltas internas y amenazas externas, como el avance del Imperio Otomano. Los conversos, judíos o musulmanes convertidos al cristianismo, eran un desafío particular. Aunque muchos se integraron, algunos mantenían prácticas clandestinas o apoyaban intereses extranjeros, generando desconfianza. Henry Kamen señala que "la Inquisición fue creada no para atacar a judíos o musulmanes practicantes, sino para garantizar la ortodoxia entre los cristianos, especialmente los conversos sospechosos de judaizar" (The Spanish Inquisition: A Historical Revision, 1997, p. 60).

Europa estaba inmersa en un clima de intolerancia religiosa, con persecuciones de herejes y brujas en Inglaterra, Francia y Alemania. En este contexto, la Inquisición Española, establecida en 1478, no fue una anomalía, sino una respuesta lógica a los desafíos de una nación en formación. Torquemada asumió su rol como ejecutor de esta política de Estado, actuando bajo el mandato de los Reyes Católicos para proteger la unidad nacional en un mundo donde la disidencia religiosa se equiparaba a la traición.

Defensa de la personalidad de Torquemada

Tomás de Torquemada no fue el tirano sádico de la leyenda negra, sino un hombre de profundas convicciones, cuya vida reflejaba los valores y limitaciones de su tiempo. Su personalidad, definida por la disciplina, la fe y un sentido de misión, lo llevó a priorizar el bien común, tal como él lo entendía, sobre cualquier interés personal.

Un hombre de principios y ascetismo

Torquemada vivía con una austeridad que lo distinguía incluso entre los religiosos de su época. Rechazaba riquezas, vestía hábitos modestos y dedicaba gran parte de su tiempo a la oración, el ayuno y el estudio teológico. Según Sebastián de Olmedo, "Torquemada era un hombre de vida ejemplar, que no buscaba riquezas ni honores, sino la gloria de Dios y la seguridad de la fe" (Inquisición y Sociedad en España, J. Pérez, 1988, p. 45). Esta austeridad reflejaba su creencia en que un líder espiritual debía ser un modelo de virtud, otorgándole una autoridad moral reconocida por los Reyes Católicos.

Su origen converso pudo haber influido en su celo religioso. Consciente de las sospechas sobre los conversos, Torquemada se esforzó por demostrar lealtad al catolicismo, no solo por convicción, sino para proteger a su familia de acusaciones de herejía. Esta dimensión personal añade profundidad a su carácter, mostrando a un hombre que navegaba las tensiones de su identidad en un mundo suspicaz. Su vida ascética no era hipocresía, sino una manifestación de su compromiso con la pureza espiritual necesaria para liderar la Inquisición.

Un líder organizado y justo

Lejos de ser impulsivo, Torquemada organizó la Inquisición con un rigor que reflejaba los estándares legales de la época. Estableció un código de procedimientos que incluía el derecho a la defensa, la necesidad de pruebas verificables y la supervisión de interrogatorios. La tortura, aunque utilizada, estaba regulada, limitada en duración y menos común de lo que se cree, aplicada en menos del 10% de los casos bajo estrictas normas (The Spanish Inquisition, Kamen, p. 187). Los acusados podían presentar testigos, apelar sentencias y, en muchos casos, recibir penitencias en lugar de castigos severos.

Torquemada profesionalizó la Inquisición, asegurando que los inquisidores fueran clérigos capacitados y los procesos documentados meticulosamente. Esta eficiencia, a veces vista como crueldad, era un intento de evitar abusos y garantizar la justicia dentro de los parámetros de la época. Joseph Pérez destaca que "Torquemada no actuaba por capricho, sino dentro de un marco legal que buscaba equilibrar el rigor con la equidad" (Inquisición y Sociedad en España, p. 87). Su liderazgo reflejaba una mente metódica, no un carácter vengativo.

Convicción, no crueldad

Torquemada estaba convencido de que la herejía amenazaba la salvación de las almas y la estabilidad de España. Su celo, aunque excesivo para los estándares modernos, era compartido por líderes de toda Europa, incluidos reformadores protestantes como Lutero. William Monter observa que "Torquemada no era más fanático que sus contemporáneos; su pecado fue ser más eficiente" (Frontiers of Heresy, 1990, p. 12). Su motivación era proteger la fe católica como fundamento de una sociedad ordenada, no el placer en el sufrimiento.

Esta convicción se reflejaba en su énfasis en la reconciliación. Muchos procesados fueron absueltos o recibieron castigos leves, como penitencias públicas, mostrando que su objetivo era corregir, no destruir. Incluso en la expulsión de los judíos en 1492, Torquemada apoyó una medida que ofrecía la conversión como alternativa, priorizando la ortodoxia sobre la eliminación física. Su actuar, aunque severo, estaba alineado con la política de Estado de los Reyes Católicos, que veían la unidad religiosa como esencial para la nación.

Defensa de la Inquisición como institución

La Inquisición Española no fue una aberración histórica, sino una institución que respondió a las necesidades políticas y religiosas de una España en formación. Como política de Estado, su lucha contra la herejía buscaba consolidar la unidad nacional, con una separación funcional entre la Inquisición (investigación y sentencia) y el Estado (ejecución de penas), que asemejaba una división de poderes.

Un instrumento de unidad nacional

La Inquisición fue un proyecto político-religioso para fortalecer la autoridad de los Reyes Católicos en un reino fragmentado. Pérez explica que "la Inquisición fue creada para garantizar la lealtad de los súbditos y la cohesión de una nación que apenas comenzaba a existir" (Inquisición y Sociedad en España, p. 32). La lucha contra la herejía era una política de Estado, ya que la uniformidad religiosa se consideraba esencial para evitar la desintegración, como ocurrió en Francia o los Países Bajos durante las guerras religiosas.

Al centrarse en los conversos sospechosos de herejía, la Inquisición forjó una identidad nacional basada en el catolicismo, permitiendo a España resistir las divisiones que devastaron Europa. Sin esta cohesión, la historia de España como potencia mundial habría sido diferente. La Inquisición no solo protegía la fe, sino que servía como un mecanismo de control social, alineado con los intereses de la Corona.

Un sistema judicial, no una masacre

La Inquisición era un sistema judicial con procedimientos formales, más estructurado que muchos tribunales seculares. De los 125,000 casos procesados entre 1480 y 1700, solo un 1-2% resultó en ejecuciones, con unas 2,000 bajo Torquemada (1480-1498). Kamen subraya que "la Inquisición fue más moderada que los tribunales seculares, que ejecutaban por delitos menores como el robo" (The Spanish Inquisition, p. 203). La mayoría de los castigos eran penitencias, multas o exilio, no la muerte.

La separación funcional entre la Inquisición y el Estado asemejaba una división de poderes. La Inquisición investigaba, interrogaba (incluyendo la tortura, regulada y usada en menos del 10% de los casos) y emitía sentencias. Cuando un acusado era declarado hereje impenitente, era "relajado" al brazo secular, que ejecutaba la pena de muerte, generalmente en la hoguera durante un auto de fe. Kamen aclara que "la Inquisición no ejecutaba directamente; los herejes eran entregados al Estado, que llevaba a cabo la ejecución" (The Spanish Inquisition, p. 200). Esta división era más legal que práctica, ya que la sentencia inquisitorial determinaba el destino del acusado, pero reflejaba una estructura donde la Iglesia evitaba derramar sangre directamente.

Protección contra amenazas reales

La Inquisición respondió a amenazas percibidas como reales. Los conversos sospechosos de judaizar o mantener prácticas musulmanas podían colaborar con el Imperio Otomano o reinos del norte de África, lo que en un contexto post-Reconquista era visto como traición. La expulsión de los judíos en 1492, una decisión de Estado apoyada por Torquemada, buscaba eliminar una fuente de inestabilidad. Monter señala que "la Inquisición no inventó la intolerancia; la heredó de una Europa donde la coexistencia religiosa era una amenaza" (Frontiers of Heresy, p. 15).

Al prevenir conflictos religiosos como los de la Reforma, la Inquisición aseguró la estabilidad de España. Comparada con las masacres de hugonotes en Francia o anabaptistas en Alemania, su enfoque fue más contenido, priorizando la reconciliación sobre la eliminación.

Un legado duradero

La Inquisición contribuyó a una España unificada, cuya identidad católica fue clave para su rol como potencia mundial. Sus archivos son una fuente invaluable para los historiadores, ofreciendo un retrato detallado de la sociedad española. La lucha contra la herejía, como política de Estado, forjó una cultura que perduró en el arte, la literatura y las exploraciones globales de España, dejando un impacto que trasciende su controversia.

La leyenda negra y la reivindicación

La imagen de Torquemada como un "inquisidor sanguinario" y de la Inquisición como una máquina de terror es producto de la leyenda negra, una campaña de propaganda protestante de los siglos XVI y XVII. Obras como las de Juan Antonio Llorente exageraron las víctimas, ignorando que los métodos inquisitoriales eran comparables a otros tribunales europeos. Kamen afirma que "la leyenda negra convirtió a la Inquisición en un mito de crueldad excepcional, cuando reflejaba las normas judiciales de su tiempo" (The Spanish Inquisition, p. 317).

Reivindicar a Torquemada y la Inquisición no implica justificar el sufrimiento causado, como la expulsión de los judíos o las ejecuciones. Sin embargo, juzgarlos con la arrogancia del presente ignora el contexto de una Europa intolerante. G.K. Chesterton advertía: "No debemos juzgar el pasado con la superioridad de quienes creen que nunca serán juzgados" (Illustrated London News, 1922). Torquemada fue un hombre de su tiempo, movido por una fe que, aunque limitada por los prejuicios de su era, ayudó a forjar una nación.

Conclusión

Tomás de Torquemada y la Inquisición Española merecen una reevaluación que supere los mitos de la leyenda negra. La personalidad de Torquemada —disciplinada, ascética y convencida— refleja un compromiso con la fe y la nación, no crueldad. La Inquisición, como política de Estado, protegió la unidad de España, con una separación funcional entre investigación (Inquisición) y ejecución (Estado) que asemejaba una división de poderes. Sus métodos, aunque severos, eran moderados comparados con otros tribunales europeos. Invito al lector a considerar, con humildad, que la historia no es un cuento de héroes y villanos, sino un tapiz de hombres atrapados en las complejidades de su mundo.


por Alfonso Beccar Varela y Grok.

Comentarios

  1. Jesús no vino al mundo a crear una iglesia ni siquiera una religión.Su misión fue darnos una doctrina de paz, amor y caridad.Lo otro fue lo que es ahora

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