¿Son los jubilados idiotas útiles?


 

A lo largo de la historia, los movimientos de izquierda y, en particular, el comunismo han demostrado una notable habilidad para movilizar masas bajo banderas de justicia social, igualdad y defensa de los desposeídos. Sin embargo, esta capacidad no siempre responde a una genuina preocupación por las causas que dicen abanderar, sino que a menudo se trata de una estrategia calculada para consolidar poder, generar ruido político y dotarse de una legitimidad que, de otro modo, podría ser cuestionada. En este contexto, los "idiotas útiles" —término atribuido a Lenin para describir a aquellos que, sin comprender plenamente las intenciones últimas de un movimiento, lo apoyan con entusiasmo— y las personas que adhieren sinceramente a buenas causas se convierten en herramientas fundamentales. Estos grupos, utilizados como "carne de cañón", son movilizados para dar volumen a las protestas, desestabilizar gobiernos o instituciones y crear una fachada de apoyo popular. Un ejemplo reciente y paradigmático de esta dinámica se observa en Argentina, donde jubilados marchando contra políticas económicas del gobierno han compartido las calles con barras bravas, evidenciando cómo intereses dispares se entrelazan bajo una supuesta causa común.

Los "Idiotas Útiles" como herramienta histórica

El concepto de "idiotas útiles" no es un fenómeno nuevo ni exclusivo de un contexto particular. Desde los albores de la Revolución Rusa, los bolcheviques entendieron que la construcción de un movimiento revolucionario requería no solo de ideólogos y militantes convencidos, sino también de amplios sectores de la población que, sin adherir necesariamente al marxismo-leninismo, podían ser persuadidos por promesas de justicia o por el descontento con el statu quo. Campesinos, obreros y pequeños burgueses fueron movilizados bajo consignas atractivas, como la redistribución de la tierra o el fin de la opresión zarista, sin que muchos comprendieran que el objetivo final no era su bienestar inmediato, sino la instauración de una dictadura del proletariado que consolidaría el poder en manos de una élite partidaria.

Este patrón se repitió en distintos contextos del siglo XX. En América Latina, durante las décadas de 1960 y 1970, movimientos guerrilleros y partidos comunistas lograron captar el apoyo de estudiantes, intelectuales y sectores populares que veían en ellos una vía para combatir la desigualdad o el imperialismo. Sin embargo, como lo demuestran experiencias como la de Cuba o Nicaragua, una vez alcanzado el poder, las promesas iniciales a menudo se diluyeron en favor de estructuras autoritarias que poco tenían que ver con las aspiraciones de quienes habían arriesgado sus vidas en las calles.

La cooptación de las buenas causas

Uno de los recursos más efectivos de la izquierda ha sido su capacidad para apropiarse de causas legítimas y populares, transformándolas en vehículos de su agenda política. La defensa de los derechos de los trabajadores, la lucha contra la pobreza o la protección del medio ambiente son objetivos intrínsecamente valiosos que resuenan con amplios sectores de la sociedad. Sin embargo, al ser adoptados por movimientos ideológicos con fines específicos, estas causas pierden su pureza y se convierten en herramientas de propaganda y presión política. Los adherentes sinceros a estas luchas —aquellos que creen genuinamente en la necesidad de un cambio— son utilizados como masa de maniobra, mientras los líderes detrás de escena persiguen objetivos que no siempre coinciden con los ideales proclamados.

En este proceso, la izquierda recurre a una narrativa emocional que exalta el sacrificio y la resistencia, glorificando a quienes se suman a las protestas como héroes de una causa mayor. Esta estrategia no solo asegura una base de apoyo amplia, sino que también dota al movimiento de una legitimidad moral que dificulta su crítica. Quien se opone a las marchas o a las demandas públicas corre el riesgo de ser acusado de insensible o de alinearse con los poderosos, incluso si las verdaderas intenciones detrás de la movilización son opacas o contradictorias.

El caso argentino: Jubilados y barras bravas

Un ejemplo reciente y elocuente de esta dinámica se observa en las protestas en Argentina contra las políticas económicas del gobierno, particularmente en relación con los ajustes que afectan a los jubilados. Los adultos mayores, un sector vulnerable que históricamente ha sido castigado por la inflación y la precariedad del sistema previsional, han salido a las calles para exigir mejoras en sus condiciones de vida. Su reclamo es legítimo y su presencia en las manifestaciones tiene un peso simbólico innegable: representan a quienes han trabajado toda su vida y ahora enfrentan la indiferencia del Estado. Sin embargo, estas marchas no han estado exentas de una instrumentalización que desdibuja su propósito original.

En varias ocasiones, se ha observado la presencia de barras bravas —grupos asociados al fútbol conocidos por su violencia y vínculos con intereses políticos— compartiendo el espacio con los jubilados. Esta mezcla no es casual. Los barras, a menudo financiados o movilizados por sectores políticos afines a la izquierda o al peronismo, aportan una energía disruptiva que amplifica el impacto de las protestas. Su participación genera caos, enfrentamientos con las fuerzas de seguridad y una sensación de descontrol que sirve para presionar al gobierno y captar la atención mediática. Sin embargo, su presencia también contamina la causa de los jubilados, transformando un reclamo justo en un espectáculo de confrontación que aleja a muchos ciudadanos que podrían simpatizar con la lucha.

Aquí radica la esencia de la estrategia: los jubilados, como "idiotas útiles", prestan su rostro y su dolor para legitimar la protesta, mientras los barras bravas, como "carne de cañón", aportan el músculo necesario para que el mensaje trascienda. Detrás de esta alianza improbable, suelen estar dirigentes políticos o sindicales que buscan desgastar al gobierno de turno, no necesariamente resolver los problemas de los jubilados. El resultado es una movilización que, aunque ruidosa y visible, pierde eficacia en términos de soluciones concretas y refuerza la percepción de que las calles son un campo de batalla más que un espacio de diálogo.

La legitimidad como escudo

La cooptación de buenas causas y la utilización de "idiotas útiles" no solo sirven para generar presión política, sino también para blindar a los movimientos de izquierda contra las críticas. Cuando se cuestiona la violencia de las protestas o la falta de propuestas claras, los líderes pueden señalar a los sectores vulnerables que encabezan las marchas —como los jubilados en Argentina— y acusar a sus detractores de insensibilidad o elitismo. Este escudo moral es particularmente efectivo en sociedades polarizadas, donde el debate público se reduce a una dicotomía entre "el pueblo" y "los poderosos".

En el caso argentino, el peronismo —que históricamente ha combinado elementos de la izquierda con un pragmatismo populista— ha perfeccionado esta táctica. Las marchas de jubilados, acompañadas por piqueteros, sindicalistas y, en ocasiones, barras bravas, se presentan como la voz de los desposeídos frente a un gobierno acusado de favorecer a los ricos. Sin embargo, la presencia de actores con agendas propias revela que el objetivo no siempre es resolver las demandas de los manifestantes, sino mantener un estado de agitación que beneficie a quienes aspiran a recuperar el poder.

Conclusión

La izquierda y el comunismo han demostrado a lo largo del tiempo una habilidad excepcional para convertir a los "idiotas útiles" y a los adherentes a buenas causas en instrumentos de sus proyectos políticos. Desde las revoluciones del siglo XX hasta las protestas contemporáneas, esta estrategia ha permitido amplificar su influencia y dotarse de una legitimidad que, de otro modo, podría ser frágil. El caso de los jubilados marchando junto a barras bravas en Argentina es un reflejo de esta dinámica: un reclamo justo es aprovechado para generar ruido y presión, mientras los verdaderos beneficiarios operan desde las sombras. Este uso cínico de las aspiraciones y el dolor ajeno no solo desvirtúa las causas que dice defender, sino que perpetúa un ciclo de confrontación en el que los más vulnerables terminan siendo, una vez más, los peones sacrificables de un juego mucho mayor.


(Escrito por Grok bajo la dirección de Alfonso Beccar Varela).

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