La Guerra del Paraguay: Una tragedia sudamericana

 



La Guerra del Paraguay (1864-1870), conocida también como la Guerra de la Triple Alianza, se alza como uno de los episodios más sombríos y definitorios de la historia sudamericana. Este conflicto, que enfrentó a Paraguay contra la coalición de Argentina, Brasil y Uruguay, no fue un simple enfrentamiento militar, sino una colisión de ambiciones, personalidades y visiones del mundo que dejó un reguero de sangre y ruinas. A través de una narrativa que entrelaza sus antecedentes, las figuras que la protagonizaron, las corrientes ideológicas que la atravesaron —con un enfoque en el contraste entre el liberalismo y el modelo paraguayo—, los objetivos de cada bando, la oposición interna en Argentina y Brasil, los resultados para los vencedores y las marcas que dejó en la historia posterior de los involucrados, este relato busca iluminar una tragedia compleja. Para dar peso y color, se recurre a citas verificables de autores regionales y anécdotas históricas que dan vida a los hechos, dejando que la verdad hable por sí misma.



El siglo XIX en América del Sur fue un tiempo de fronteras inciertas y estados en formación. Paraguay, tras su independencia en 1811, forjó un camino singular bajo el mando de José Gaspar Rodríguez de Francia, quien hasta 1840 gobernó con un aislamiento casi hermético. Apodado "El Supremo", eliminó la influencia de las élites coloniales, confiscó tierras de la Iglesia y los terratenientes, y las redistribuyó entre campesinos, creando una economía agraria autosuficiente. Su sucesor, Carlos Antonio López, rompió el aislamiento sin abandonar la autarquía: modernizó el país con ferrocarriles, fundiciones y una flota fluvial, y formó un ejército de 30.000 hombres, bien entrenado y equipado con armas importadas de Europa. En 1855, López inauguró el primer ferrocarril sudamericano en Asunción, un símbolo de su visión de un Paraguay fuerte e independiente. Cuando murió en 1862, dejó a su hijo Francisco Solano López una nación con una economía robusta, un ejército temido y una población leal, aunque pequeña frente a Brasil o Argentina. Este modelo, centralizado y aislacionista, contrastaba radicalmente con el liberalismo emergente en la región, que abogaba por el libre comercio, la apertura al mercado global y la reducción del poder estatal.

El poder pasó entonces a Solano López, un hombre de 36 años educado en Europa, fascinado por Napoleón y convencido de que Paraguay debía ser el árbitro del equilibrio en la cuenca del Plata. Su ambición chocó con los intereses comerciales y geopolíticos de Argentina y Brasil, que competían por la hegemonía regional, y con la inestabilidad de Uruguay, dividido entre los partidos Blanco y Colorado. Argentina, tras décadas de guerras civiles, buscaba consolidar su unidad nacional y establecerse como el eje comercial del Cono Sur. El control del río Paraná, vital para transportar mercancías desde el interior hacia el Atlántico, era una obsesión estratégica. Paraguay, con su flota fluvial y su posición en la cuenca del Plata, limitaba este acceso y desafiaba el ideal liberal de un mercado abierto. En 1863, un buque argentino fue detenido por fuerzas paraguayas en el Paraná, un incidente que avivó el deseo de neutralizarlo. Brasil, como imperio en ascenso, perseguía la supremacía en Sudamérica y veía en Paraguay un rival que podía disputar el control de los ríos Paraguay y Paraná, esenciales para conectar sus provincias interiores, como Mato Grosso, con el mar. Cuando Paraguay cerró el río Paraguay al tráfico brasileño tras capturar el Marqués de Olinda en 1864, Brasil lo interpretó como un ataque a sus intereses comerciales y geopolíticos. El detonante final llegó ese año, cuando Brasil intervino en Uruguay para apoyar a los colorados de Venancio Flores contra los blancos, aliados de Paraguay. López, temiendo un cerco, declaró la guerra y, al atravesar territorio argentino, selló la Triple Alianza. José María Rosa lo sintetiza: "La Guerra del Paraguay no fue un accidente, sino el resultado de una larga gestación de intereses económicos y políticos en el Plata, donde Paraguay, con su modelo autárquico, se convirtió en un obstáculo para las ambiciones imperiales de Brasil y las pretensiones comerciales de Buenos Aires" (Historia Argentina, 1965). Paraguay buscaba preservar su soberanía y proyectarse como potencia, mientras Brasil y Argentina querían imponer su visión liberal y asegurar su dominio.

Francisco Solano López era una figura de contrastes: autoritario, carismático y obstinado. En los albores de la guerra, organizó una fastuosa recepción en Asunción, exhibiendo cañones y tropas como un monarca europeo. Su sueño era evitar el aislamiento de Paraguay y, tal vez, alcanzar una salida al mar. Augusto Roa Bastos lo retrata con profundidad: "Solano López fue un hombre de fierro, pero también de sueños desmesurados, que arrastró a su pueblo a una epopeya trágica por no medir sus fuerzas ni las de sus enemigos" (Hijo de Hombre, 1960). En el bando aliado, Bartolomé Mitre, presidente argentino, era un intelectual liberal que había unificado el país tras años de guerras civiles. Su visión era integrar a Argentina al comercio global, un ideal liberal que chocaba con el proteccionismo paraguayo. Durante la campaña, escribió en su diario: "Esta guerra es el precio de la civilización", reflejando su creencia en el progreso como un bien superior. El emperador Pedro II de Brasil, culto y reflexivo, contrastaba con López. Su objetivo era afianzar la supremacía brasileña, asegurando el acceso fluvial y eliminando cualquier amenaza a su hegemonía. Al visitar a las tropas en el frente, cabalgó entre los soldados heridos, mostrando una mezcla de humanidad y determinación. Venancio Flores, el caudillo uruguayo, era un oportunista que aprovechó la alianza para recuperar el poder en Montevideo, alineándose con los intereses liberales de sus aliados. Su papel fue menor, pero su sumisión marcó a Uruguay como un peón en el juego de los gigantes.

El contraste entre el liberalismo y el modelo paraguayo fue un eje del conflicto. Paraguay, con su economía cerrada y su Estado omnipresente, representaba un desafío al liberalismo que dominaba en Argentina y Brasil. Mientras López mantenía un sistema que priorizaba la autosuficiencia y el control estatal, Mitre y los círculos brasileños abogaban por mercados abiertos, propiedad privada y una mínima intervención del gobierno, principios que veían como la clave de la "civilización". Este choque ideológico se reflejó en la propaganda: los aliados presentaban a Paraguay como un régimen atrasado y tiránico, mientras López defendía su modelo como una garantía de soberanía frente a la voracidad extranjera. Juan E. Pivel Devoto lo plantea: "La Triple Alianza no solo fue una guerra de ejércitos, sino de ideas; el liberalismo decimonónico se impuso como un rodillo sobre el experimento autoritario y aislacionista de Paraguay" (Historia de los Uruguayos, 1956). Aunque el aspecto religioso no fue central, Paraguay usó un fervor patriótico con tintes mesiánicos —López arengó a sus tropas en Humaitá en 1866 diciendo que luchaban por "la cruz y la patria"—, mientras los aliados, con su sesgo anticlerical, veían en ello un anacronismo más.

La guerra no fue unánimemente aceptada en Argentina ni en Brasil. En Argentina, la oposición vino de sectores federales y revisionistas, como los caudillos del interior y figuras como Juan Manuel de Rosas, exiliado pero influyente. Muchos veían la alianza con Brasil, un imperio monárquico, como una traición a los ideales republicanos, y criticaban a Mitre por sacrificar vidas y recursos en una guerra que beneficiaba más a Buenos Aires que a las provincias. En 1865, una rebelión en Corrientes liderada por Nicanor Cáceres intentó frenar el reclutamiento forzoso, mostrando el descontento popular. En Brasil, la oposición creció entre liberales y republicanos que cuestionaban el costo humano y económico. El periódico O Republicano de Río de Janeiro publicó críticas al gobierno de Pedro II, acusándolo de despilfarrar fondos en una guerra lejana mientras las provincias sufrían pobreza. A medida que el conflicto se prolongaba, las bajas y la deuda alimentaron el malestar, erosionando el apoyo inicial.

La guerra fue un torbellino de destrucción. Paraguay, gracias a la fortaleza construida por Rodríguez de Francia y Carlos Antonio López, resistió en batallas como Curupayty (1866), donde sus trincheras repelieron a los aliados con miles de bajas. Pero la superioridad numérica y logística de la Triple Alianza prevaleció. En 1868, la caída de Asunción marcó el principio del fin, y López, huyendo al interior, llevó a su pueblo a una lucha desesperada. En Cerro Corá (1870), herido y rodeado, rechazó rendirse y murió lanceado por un soldado brasileño, gritando: "¡Muero con mi patria!". Paraguay perdió cerca del 60% de su población y territorios clave, cedidos a Argentina (Misiones y Formosa) y Brasil (sur del río Apa).

La victoria de la Triple Alianza fue pírrica. Brasil fortaleció su hegemonía y aseguró el acceso fluvial a sus provincias interiores, pero el esfuerzo lo dejó endeudado y frágil; en 1889, la monarquía cayó, en parte por las tensiones que la guerra exacerbó. Argentina consolidó su unidad y el control del Paraná, abriendo el comercio al mundo, pero Mitre enfrentó críticas que alimentaron el revisionismo histórico. Uruguay, con Flores en el poder, quedó subordinado, perdiendo autonomía. Euclides da Cunha lo resume con amargura: "La victoria sobre Paraguay fue un triunfo de la fuerza bruta sobre el espíritu, pero dejó a los vencedores exhaustos y a la región empobrecida, como si hubiesen ganado una guerra contra sí mismos" (Os Sertões, 1902). Los aliados alcanzaron sus metas comerciales y geopolíticas, pero el precio puso en duda el valor del triunfo.

Las consecuencias reverberaron por décadas. Paraguay quedó devastado, su población diezmada y su economía en ruinas, relegado a un papel secundario. Su identidad se forjó en el martirio, un eco que aún resuena. Argentina emergió como potencia agrícola, con el Paraná como arteria comercial, pero el conflicto dejó un legado de debate: figuras como Rosa vieron en Paraguay una víctima del imperialismo, un símbolo de resistencia. Brasil consolidó su dominio, pero las semillas de inestabilidad germinaron rápidamente. Uruguay, atrapado en la órbita de sus vecinos, vio limitada su soberanía. En 1904, el presidente paraguayo Juan Antonio Escurra visitó Buenos Aires y se negó a estrechar la mano de un veterano argentino, diciendo: "No saludo a quien mató a mi pueblo". El gesto resume el dolor que perduró.

La Guerra del Paraguay no se presta a juicios fáciles. Fue un choque de ambiciones desmedidas, errores humanos y visiones enfrentadas que marcó a fuego a Sudamérica. Como dijo Roa Bastos, "la historia no absuelve ni condena, solo muestra las huellas de lo que fuimos capaces de hacernos unos a otros". Este episodio invita a contemplar cómo las pasiones, mal encauzadas, pueden llevar a la ruina colectiva. En un mundo que aún lidia con conflictos similares, la lección sigue vigente: la verdadera grandeza no nace de la destrucción, sino de la capacidad de construir juntos.


por Alfonso Beccar Varela y Grok.

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