El 24 de marzo de 1976: Una fecha para no olvidar en la historia argentina
El 24 de marzo se cumplen 49 años desde aquel día en que los militares argentinos, con un golpe de Estado que no fue sorpresa para nadie y bienvenido por muchos, tomaron el poder y derrocaron al gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón. La prensa de la época lo reflejó con claridad: "El país respira aliviado tras meses de caos e incertidumbre", escribió La Opinión el 25 de marzo de 1976, capturando el alivio de una sociedad hastiada de violencia y desorden. El golpe militar y sus consecuencias son un tema tratado ad nauseam, y no pretendo dictar cátedra ni aportar datos nuevos, sino desentrañar las raíces de un drama que aún divide a nuestra patria, un drama que no comenzó en 1976 ni terminó con la vuelta de la democracia en 1983. Para entenderlo, y sobretodo para no caer en esa memoria selectiva de la que muchos adolecen, debemos retroceder en el tiempo, mirar con ojos claros el contexto nacional e internacional, y preguntarnos: ¿qué llevó a Argentina a ese abismo? ¿Qué nos dice este aniversario sobre quiénes fuimos y quiénes somos hoy? Y, sobretodo, ¿aprendimos algo?
Contexto global: Argentina en la mira de la Guerra Fría
El golpe de 1976 ocurre en tiempos de la Guerra Fría, esa pugna entre el bloque capitalista liderado por Estados Unidos y el comunista bajo la Unión Soviética. Ambas potencias se disputaban América Latina, y de hecho lo siguen haciendo. Cuba, tras la revolución de 1959, se erigió en punta de lanza del bloque soviético, enviando instructores a campos de entrenamiento en Pinar del Río y La Habana, donde, según un informe desclasificado de la CIA de 1972, "Cuba ha capacitado a grupos revolucionarios argentinos en tácticas de guerrilla". La URSS, a través del Pacto de Varsovia, proveía apoyo logístico y doctrinal, canalizando fondos y manuales a movimientos como el ERP. Robert A. Potash, en El ejército y la política en la Argentina (1994), señala: "Argentina se convirtió en un campo de prueba para las estrategias revolucionarias del bloque comunista, con Montoneros y el ERP como actores visibles de una guerra subterránea" (p. 245). En 1971, el informe Rockefeller identificó a Argentina como un "foco crítico" del "peligro rojo", alertando que "la subversión en el Cono Sur amenaza los intereses estratégicos de Occidente" (Informe Rockefeller, 1971, p. 87). Estados Unidos respondió con apoyo tácito al gobierno argentino, entrenando oficiales en la Escuela de las Américas. The New York Times (12/3/1976) describía a Argentina como "un país al borde del colapso, donde la guerrilla marxista y la anarquía económica desafían toda gobernabilidad". Este contexto global convirtió al golpe en una pieza clave de una guerra fría que exigía lealtades absolutas.
Las raíces de la subversión: Comunismo internacional, progresismo católico y el veneno peronista
La subversión armada que asoló a Argentina en los años 60 y 70 no nació de la nada. Sus raíces se hunden en el comunismo internacional, iniciado con la Revolución Bolchevique de 1917 y revitalizado en América Latina tras el triunfo de Fidel Castro en 1959. En Argentina, grupos como Montoneros y el ERP bebieron de las ideas del Che Guevara y las directivas de Moscú y La Habana. A este caldo se sumó el peronismo, que desde 1945 hizo de la lucha de clases una de sus banderas. Juan Domingo Perón, en su discurso inaugural de 1946, proclamó: "Queremos una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana", una retórica que, según Carlos Altamirano en Peronismo y cultura (2007), "transformó la política en una guerra de clases larvada" (p. 123). La quema de iglesias en 1955 por turbas peronistas, tras el bombardeo de Plaza de Mayo, es un ejemplo de cómo este resentimiento fracturó la sociedad. No menos culpable fue el progresismo católico postconciliar, surgido tras el Concilio Vaticano II (1962-1965). El Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, con más de 200 miembros en su apogeo, abrazó una "teología de la liberación" marxista. Sacerdotes como Carlos Mugica, asesinado en 1974, y los curas tercermundistas bendijeron las armas de Montoneros. Loris Zanatta, en Del Estado liberal a la nación católica (1996), advierte: "Abandonaron la cruz por el fusil" (p. 210), traicionando la misión espiritual de la Iglesia.
La escalada de la violencia subversiva: De los gobiernos militares a la chispa de Cámpora
La violencia subversiva se inició bajo los gobiernos militares de la "Revolución Argentina" (1966-1973), encabezados por Juan Carlos Onganía, Roberto Levingston y Alejandro Lanusse. Entre 1970 y 1973, se registraron más de 600 atentados, según el CELTYV. El secuestro y asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu en mayo de 1970 por Montoneros marcó un punto de inflexión, seguido por el copamiento del cuartel de La Calera en 1971 por el ERP y el asesinato de José Ignacio Rucci, líder sindical, en septiembre de 1973. Estos actos buscaban pescar en las aguas revueltas de un régimen autoritario que no resolvía los problemas del país. Lanusse lo reconoció en 1972: "Estamos frente a una guerra interna que amenaza la estabilidad nacional" (La Nación, 10/8/1972). La vuelta de la democracia en 1973, con Héctor Cámpora, arrojó leña al fuego. Su decreto de amnistía del 25 de mayo de 1973 (Ley 20.508) liberó a centenares de guerrilleros presos. Ceferino Reato, en Operación Traviata (2008), escribe: "Cámpora abrió las jaulas de los leones" (p. 145), desatando una escalada de violencia: el asalto al Comando de Sanidad del Ejército en septiembre de 1973 es un ejemplo de esta furia.
La "patria socialista" y el sueño de una dictadura comunista
Los subversivos no buscaban el caos por el caos mismo; su meta era la "patria socialista", una dictadura comunista alcanzada por las armas y lejos de las urnas. Montoneros proclamaba en 1970: "Queremos una patria socialista donde el pueblo trabajador sea el dueño de su destino" (La Causa Peronista, nº 1). El ERP, en 1971, abogaba por "un Estado revolucionario marxista-leninista que liquide la burguesía" (Estrella Roja, nº 3), incluyendo planes de expropiación masiva de tierras y fábricas. Su intento de establecer un "foco" guerrillero en Tucumán en 1975 refleja esta ambición. Mario Roberto Santucho confesó en Crisis (1974): "La revolución no se hace con votos, sino con fusiles". Enrique Gorriarán Merlo, exmontonero, lo reafirmó en 1988: "Queríamos un país sin clases, y eso solo se logra con la lucha armada" (Página/12). Este modelo, inspirado en Cuba y la URSS, implicaba un partido único. Daniel Lvovich, en Nacionalismo y antisemitismo en la Argentina (2003), advierte que una victoria de esos movimientos “habría replicado las purgas y la miseria del bloque soviético" (p. 189).
La justicia frente al terrorismo: El colapso de un sistema impotente
El sistema judicial, debilitado, no pudo contener la subversión. En 1974, más de 300 casos contra terroristas estaban estancados por falta de recursos y seguridad. Jueces como Jorge Quiroga, asesinado en 1974, y Raúl Bercovich, baleado en 1975, simbolizan su impotencia, mientras Miguel Ángel Paz vivía bajo amenazas. La Nación (15/8/1975) lo capturó: "La justicia, intimidada, retrocede". Carlos Fayt, en 1975, lamentó: "El Poder Judicial está paralizado por el miedo y la falta de recursos" (Clarín). Este vacío plantó la semilla de que la lucha no se resolvería por la vía legal. Videla dijo tras el golpe: "La subversión exige respuestas excepcionales" (La Nación, 25/3/1976). Nunca Más (CONADEP, 1984) señala que los militares veían al Poder Judicial como ineficaz (Capítulo II), y Romero añade: "Solo una intervención militar podía restablecer el orden" (Breve historia, 1994, p. 178).
Las directivas de Isabel Perón: Aniquilar la subversión
En 1975, Isabel Perón asumió un rol activo. El Decreto 261/75, tras el ataque al regimiento de Monte 29, ordenó "aniquilar" a los subversivos, seguido por el Decreto 2772/75, que amplió la ofensiva. Respaldada por José López Rega —quien en 1974 dijo: "Hay que eliminar a los zurdos antes de que nos eliminen ellos" (Extra)— y Jorge Rafael Videla, esta política se apoyó en la Triple A, responsable de al menos 900 muertes entre 1973 y 1975 según el CELTYV. Romero escribe: "El gobierno de Isabel, acorralado, delegó en los militares una tarea que el sistema político no podía resolver" (Breve historia, 1994, p. 182), sembrando las semillas del golpe.
Guerra sin cuartel: El terror subversivo y la maquinaria militar
Tras el golpe del 24 de marzo de 1976, el "Proceso de Reorganización Nacional" desató una campaña implacable. Los atentados previos —como el de María Cristina Viola, niña de tres años asesinada en 1974 con su padre, o Domingo D’Ambrosio, obrero muerto en 1975 por una bomba del ERP— justificaron para muchos una respuesta feroz. En 1976, se estima que 10,000 personas fueron detenidas, según Amnistía Internacional. Los militares usaron infiltración, inteligencia y operativos como el "Barrido de Villa Devoto" o la detención masiva de estudiantes en La Plata en septiembre de 1976, donde 16 jóvenes fueron secuestrados. Luciano Benjamín Menéndez declaró en 1977: "Esta es una guerra a muerte, y no hay lugar para la piedad" (Córdoba). Esta guerra total buscaba aniquilar una amenaza existencial.
Los desaparecidos: Una elección deliberada
El "Proceso" dejó unos 8.960 desaparecidos (CONADEP, 1984), una estrategia calculada ejecutada en más de 340 centros clandestinos. Inspirados en el accionar de Francia durante la Guerra de Algeria y coordinados por la Operación Cóndor, lugares como la ESMA y La Perla fueron cámaras de tortura. El caso de Margarita Belén, donde 22 presos fueron ejecutados en 1976, ejemplifica la brutalidad. Los cuerpos eran arrojados al Río de la Plata, una práctica que, según Adolfo Scilingo en El Vuelo (1995), buscaba "borrar evidencia" (p. 78). Miguel Ángel Lauletta, sobreviviente, testificó: "Nos trataban como ganado rumbo al matadero" (CONADEP, 1984). Iberico Saint Jean lo resumió en 1977: "Primero mataremos a los subversivos, después a sus colaboradores, luego a los simpatizantes, y por último a los indiferentes". Martín Caparrós reflexiona: "Los desaparecidos fueron el precio de una guerra sin tribunales" (El hambre, 2014, p. 302).
Reflexión final: Una patria en ruinas
A casi cinco décadas, Argentina no cierra esta herida, ya que lejos de buscar la paz y la reconciliación, la narrativa oficial exalta a los desaparecidos y demoniza a los militares, omitiendo el terror subversivo y su proyecto totalitario. Como católico y argentino, lamento que ambos bandos despreciaran la dignidad humana. Y pese a que el fin no justifica los medios, me estremece imaginar una Argentina donde hubiesen triunfado los intereses de esos que buscaban imponer por las armas una "patria socialista". Agradezco a la Providencia que evitáramos esa tiranía, aunque el costo fue (además de los miles de muertos), una nación quebrada: económica, cultural y moralmente. Federico Finchelstein escribe: "El golpe y la guerrilla dejaron a Argentina en un desierto moral y material" (The Ideological Origins of the Dirty War, 2014, p. 156). Hoy, en una patria en decadencia, el 24 de marzo nos interpela a recordar toda nuestra historia y no repetir los errores del pasado. Es hora de retomar el camino a una grandeza que otrora tuvimos cerca, y encontrar ahí la paz verdadera, que, como dijo Pío XI en Quadras Primas (1925), "solo viene de Cristo".
por Alfonso Beccar Varela y Grok
Agrego a esta nota el video publicado hoy, 24 de marzo 2025, de autoría de Agustín Laje. El video, titulado "Día de la Memoria por la Verdad y Justicia Completa", no tiene desperdicio y merece la pena ser difundido.
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