Las víctimas civiles en Gaza, las órdenes del Antiguo Testamento y la mirada católica: un análisis profundo
El conflicto en Gaza, que estalló el 7 de octubre de 2023 con el ataque sorpresa de Hamas que dejó más de 1,200 israelíes muertos y desencadenó una respuesta militar devastadora, nos enfrenta a una tragedia que clama al cielo. Según el Ministerio de Salud de Gaza, controlado por Hamas, más de 41,000 palestinos han perdido la vida hasta octubre de 2024, muchos de ellos civiles, incluyendo mujeres y niños. Desde la perspectiva de la Iglesia Católica, el magisterio de los Papas y las Sagradas Escrituras, este ensayo busca reflexionar sobre las víctimas civiles, abordando dos dilemas específicos: el uso de civiles como escudos humanos por parte de Hamas, la intención de este grupo de maximizar bajas judías si no fuera por las defensas israelíes, y una pregunta histórica que interpela: si el Dios de la Biblia ordenó a los israelitas exterminar a pueblos como los filisteos o cananeos, ¿por qué hoy la fe prohíbe matar civiles? A esto sumaremos un análisis sobre cómo la izquierda internacional explota estas muertes para fines que no siempre alinean con la defensa de la vida que propone la Iglesia. Vamos a desentrañar esto buscando la verdad con un corazón abierto.
La santidad de la vida y la doctrina de la guerra justa
La Iglesia Católica sostiene la dignidad inviolable de toda vida humana, creada a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:27). El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 2309, establece los criterios de la “guerra justa”, una doctrina que se remonta a San Agustín y Santo Tomás de Aquino: la guerra debe ser defensiva, responder a una causa grave, agotar medios pacíficos, ser proporcionada y respetar a los no combatientes. Jesús nos dio un mandato claro: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Este principio no admite ambigüedades: los civiles no son “daños colaterales” que se puedan justificar sin más.
El Papa Francisco ha sido tajante sobre Gaza. El 17 de diciembre de 2023, tras un ataque israelí que mató a dos mujeres cristianas en la parroquia de la Sagrada Familia, afirmó: “Civiles desarmados están siendo bombardeados y tiroteados. Esto es terrorismo, no guerra”. En una entrevista con La Stampa el 9 de noviembre de 2023, añadió: “La guerra es siempre una derrota para la humanidad”. Sus palabras resuenan con una tradición más amplia. Juan Pablo II, en Centesimus Annus (1991, n. 52), advertía que “la guerra moderna, con sus armas de destrucción masiva, hace imposible distinguir entre combatientes y no combatientes”. Benedicto XV, durante la Primera Guerra Mundial, llamó a esa contienda “una masacre inútil”, un eco que hoy reverbera en los escombros de Gaza. Las Escrituras nos interpelan con el Salmo 34:15: “Apártate del mal y haz el bien, busca la paz y síguela”. ¿Qué paz se construye cuando escuelas, hospitales y hasta iglesias quedan en ruinas?
Israel tiene derecho a defenderse, algo reconocido por el Catecismo (n. 2265). El ataque de Hamas fue brutal, un acto intrínsecamente malo —como lo calificó Daniel Philpott en el National Catholic Register (9 de noviembre de 2023): “un crimen contra la humanidad”—. Pero la defensa no es un cheque en blanco. El Patriarcado Latino de Jerusalén, tras el bombardeo de una escuela católica el 7 de julio de 2024, afirmó: “Los civiles no son objetivos legítimos”. La desproporción entre las bajas —miles de civiles palestinos frente a un número mucho menor de israelíes— plantea una pregunta incómoda: ¿dónde termina la justicia y comienza la venganza?
El uso de civiles como escudos humanos
Un elemento que agrava este conflicto es la táctica de Hamas de usar civiles como escudos humanos, escondiendo infraestructura militar cerca de hospitales, escuelas y mezquitas. El Instituto Meir Amit de Inteligencia y Terrorismo reportó en 2024 que Hamas opera túneles y lanzacohetes en zonas densamente pobladas, algo corroborado por imágenes satelitales y testimonios. Esto es un pecado grave, condenado por el Catecismo (n. 2313), que prohíbe poner en riesgo deliberado a los no combatientes. El ataque del 7 de octubre, con asesinatos y secuestros, no admite justificación moral.
Pero esta estrategia plantea un desafío a Israel: ¿cómo responder sin dañar a los inocentes que Hamas expone? La doctrina de la guerra justa exige proporcionalidad y distinción. Santo Tomás de Aquino, en la Summa Theologiae (II-II, q. 64, a. 7), habla del “doble efecto”: una acción con un fin bueno (neutralizar al enemigo) puede tener un efecto malo (matar civiles), pero solo es lícita si el daño no es intencional y se minimiza. En Gaza, con barrios arrasados, cabe preguntarse si se han agotado esas medidas. Bombardear un hospital donde se esconden combatientes puede ser eficaz, pero si mata a decenas de pacientes, ¿es moralmente defendible? La Iglesia diría que no, porque la vida de los inocentes no se negocia.
Un enemigo que mataría más si pudiera
Otro aspecto crucial es la intención de Hamas. Entre octubre de 2023 y octubre de 2024, según el ejército israelí, Hamas disparó miles de cohetes contra Israel con el objetivo de causar el mayor daño posible. Que no maten más civiles judíos no se debe a falta de voluntad, sino a la eficacia del sistema antimisiles Cúpula de Hierro. Si Israel no tuviera esta defensa, las bajas serían catastróficas. Esto intensifica el dilema: enfrentás a un enemigo que no respeta reglas, que celebra la muerte como victoria, mientras estás obligado por la moral a contenerte. Romanos 12:17-19 nos advierte: “No devuelvan a nadie mal por mal (...) venzan al mal con el bien”. La defensa legítima no puede convertirse en una licencia para arrasar todo a su paso. La intensidad de la respuesta israelí, que ha dejado miles de civiles muertos, no se explica solo por la Cúpula de Hierro, sino por una estrategia que parece priorizar la seguridad sobre la proporcionalidad.
Las órdenes del Antiguo Testamento: un contraste histórico
Aquí entra la pregunta histórica: si Dios ordenó a los israelitas exterminar a pueblos como los filisteos o cananeos, ¿por qué hoy no se puede matar civiles? En el Antiguo Testamento, encontramos el herem o “aniquilación sagrada”. Deuteronomio 20:16-17 dice: “En las ciudades de estos pueblos que el Señor tu Dios te da en heredad, no dejarás con vida nada que respire (...) para que no os enseñen a imitar todas las abominaciones que ellos hacen”. Ejemplos como Jericó (Josué 6:21) o los amalecitas (1 Samuel 15:3) incluyen a mujeres y niños, algo que hoy nos estremece.
La Iglesia interpreta estos textos en su contexto. Los israelitas eran un pueblo pequeño en un mundo brutal, rodeado de culturas politeístas que practicaban sacrificios humanos y otras costumbres aberrantes. San Agustín, en La Ciudad de Dios (Libro I, cap. 21), explica que estas guerras eran parte de un plan divino para preservar la fe monoteísta, un mandato específico para esa época. El Catecismo (n. 121) habla de una “revelación progresiva”: Dios se adaptó a la rudeza de un pueblo en formación, guiándolo hacia una comprensión más plena de su voluntad.
Todo cambia con Jesús. En el Nuevo Testamento, la ley del amor reemplaza la lógica de la espada. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:39) y “amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen” (Mateo 5:44) son mandatos universales. Benedicto XVI, en Deus Caritas Est (2005, n. 3), escribe: “El amor de Dios y el amor al prójimo se han convertido en el corazón de la vida cristiana”. Lo que en el Antiguo Testamento era un paso pedagógico —como dice Santo Tomás en la Summa Theologiae (I-II, q. 98, a. 6)— se transforma en una llamada a la paz. Cristo es la plenitud de la revelación (Hebreos 1:1-2), y las órdenes del herem no son eternas, sino históricas. “No matarás” (Éxodo 20:13) se vuelve absoluto en el Evangelio. Aplicado a Gaza, las guerras del pasado no justifican las de hoy; matar civiles contradice la Nueva Alianza.
La explotación política de la izquierda internacional
A esta reflexión moral se suma un fenómeno contemporáneo: el uso que la izquierda internacional hace de las muertes en Gaza. Organizaciones y figuras progresistas, como Amnistía Internacional o la congresista estadounidense Rashida Tlaib, han denunciado a Israel como un “estado genocida” (Tlaib, discurso del 13 de noviembre de 2023). En un informe de febrero de 2024, Amnistía acusó a Israel de “crímenes de guerra” por ataques desproporcionados, mientras calla o minimiza las tácticas de Hamas. Esta narrativa, amplificada en medios como The Guardian o en protestas globales, no siempre busca la defensa de la vida que la Iglesia proclama, sino que persigue fines ideológicos: deslegitimar a Israel, promover agendas antioccidentales y, en algunos casos, avivar un antisemitismo disfrazado de justicia social.
El filósofo católico Bernard-Henri Lévy, en un artículo en Le Point (15 de enero de 2024), critica esta hipocresía: “La izquierda llora por Gaza, pero ignora los escudos humanos de Hamas y los misiles que caen sobre Tel Aviv. No es amor por la vida, es odio selectivo”. La Iglesia, en cambio, no toma partido por banderas políticas. Francisco, en su carta del 7 de octubre de 2024 a los católicos de Oriente Medio, pide paz para ambos pueblos, sin caer en la polarización. Mientras la izquierda usa las víctimas como combustible para su causa, la fe nos llama a verlas como hijos de Dios, no como herramientas.
Una síntesis desde la fe
¿Cómo reconciliar pasado y presente? El Dios del Antiguo Testamento no cambió; cambió nuestra comprensión de su voluntad. Lo que fue un mandato temporal para un pueblo en un mundo brutal no aplica hoy, porque Jesús nos reveló un Dios de amor, no de venganza. En Gaza, Hamas debe cesar su agresión y liberar rehenes; Israel, priorizar a los inocentes, incluso bajo amenaza. Ambos han fallado al mandato de paz. G.K. Chesterton decía que “el cristianismo ha sido encontrado difícil y no probado”; proteger a los civiles, condenar los escudos humanos y las represalias desmedidas lo es. Francisco insiste: “La paz es lo más deseado”. Oramos y actuamos, confiando en Juan 16:33: “En el mundo tendréis tribulación, pero confiad, yo he vencido al mundo”. Que la izquierda no secuestre este dolor para sus fines; que nosotros lo transformemos en un llamado a la justicia y la compasión.
por Alfonso Beccar Varela y Grok.
Comentarios
Publicar un comentario