Las empanadas: ¿argentinas o un robo con sabor internacional?
Hoy, 8 de abril, es el "Día Mundial de la Empanada", y si hay algo que un argentino siente en los huesos —junto con el mate, el tango y la necesidad de opinar sobre todo— es que las empanadas son nuestras. Nuestras de ley, de corazón, de agarrarlas con la mano y morderlas hasta que el jugo te salpique la camisa. Preguntale a cualquiera en una mesa, con las migas cayendo y el olor a masa recién horneada flotando en el aire, y te dirá con la seguridad de un caudillo: "Las empanadas son argentinas, loco, y las mejores del mundo". Si osás sugerir que quizás no sea tan así, te clavan una mirada como si hubieras pisado el poncho de San Martín. Pero, ya que es día de festejo, dejemos el orgullo nacional en la bandeja un rato y miremos el asunto con una risita y un poco de humildad, que no nos viene mal.
La verdad, amigos, es que las empanadas no nacieron en una pulpería de la Pampa ni al calor de un fogón en Jujuy. Hay que cruzar el Atlántico y meterse en la España medieval, allá por los tiempos de capas y espadas, de moros y reconquista, cuando ya andaban envolviendo carne, pescado o lo que pintara en un paquetito de masa. Era una idea práctica, un antepasado del sandwich, y los españoles, con ese talento para exportar comida rica, la trajeron a América en las carabelas. Nosotros, con nuestro genio criollo para adoptar, ponerle onda, y porque no, mejorar, la hicimos propia. Pero, ojo al piojo, no somos los únicos que levantamos la bandera de la empanada como si fuera un trofeo.
Mirá a Filipinas, por ejemplo, que después de 300 años bajo la Corona Española tiene sus "empanadas filipinas": fritas, crocantes, con un dejo dulce que te hace pensar si son plato fuerte o postre. O en Guam, perdido en el Pacífico, donde la "empanåda" chamorra te salta con pollo o mariscos, como diciendo: "Nosotros también jugamos este partido". Chile las hace al horno, con pino y esa aceituna que es ley; Colombia las fríe y les mete papa o carne; Perú las pinta con ají y creatividad. Hasta en México, con sus "pastelitos" o "empanadas de mole", se siente el eco español. Entonces, ¿qué pasa, Argentina? ¿Somos los dueños de la empanada o solo los que gritamos más fuerte?
No me malinterpreten: nuestras empanadas son una joya. Las de carne cortada a cuchillo, con ese caldito que te quema los dedos si no le das un segundo; las de humita, tan cremosas que parecen un mimo al alma; las de jamón y queso, que son básicamente un pacto con la alegría. Pero eso de autoproclamarnos los campeones mundiales… digamos que es un título del que nos apoderamos con entusiasmo. España nos dio la receta original, y nosotros —junto con medio mapa colonial— le pusimos nuestro sello. Es como si tomáramos un asado, le agregáramos chimichurri y dijéramos que inventamos el fuego.
Así que hoy, en el "Día Mundial de la Empanada", mientras agarramos una bien caliente con las manos —porque acá no hay tenedor que valga— y alguien suelta el clásico "esto es re argentino", dejemos salir una sonrisa pícara. Sí, son nuestras, pero también son de un montón de pueblos que alguna vez saludaron la bandera de Castilla. No hace falta pelear por el derecho de autor; con disfrutarlas alcanza y sobra. Total, mientras haya una empanada en la mesa y una mano lista para agarrarla, el día ya está ganado, ¿no te parece?
por Alfonso Beccar Varela y Grok.
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