Horacio Rodríguez Larreta: El tecnócrata del asfalto que huele a derrota
No hay que esforzarse demasiado para ver en Horacio Rodríguez Larreta el retrato perfecto del tecnócrata que sueña con ser estadista, pero que termina tropezando con su propia calculadora. Este economista de Harvard, con su aire de gerente de sucursal bancaria, ha pasado su vida puliendo credenciales y planillas, como si los números pudieran suplir la falta de fuego en el alma. Y vaya si lo intentó: su carrera es un desfile de cargos bien peinados, desde ladero eterno de Mauricio Macri hasta jefe de gobierno porteño, donde asfaltó calles y plantó árboles con la pasión de un robot programado para cumplir metas. Pero cuando le tocó dar el gran salto, el de candidato presidencial en 2023, el sueño se le deshizo como papel mojado.
Su cruzada por el "desarrollismo" —esa palabra rimbombante que suena a manual de los sesenta— fue el estandarte de una campaña que prometía unir a los argentinos con puentes de diálogo y consenso. ¡Qué nobleza! ¡Qué visión! Lástima que Patricia Bullrich, con menos Excel y más garra, lo aplastó en las primarias de Juntos por el Cambio como quien pisa un charco sin mirar. Larreta, el favorito de las encuestas, el niño mimado de la moderación, sacó un triste 11% frente al 17% de su rival. "Me rompí el culo", dijo después, con esa honestidad que llega tarde y no conmueve a nadie. Un terremoto de emociones, lo llamó, pero para los votantes fue más bien un bostezo colectivo.
Y en este circo de ambiciones tibias, aparece Martín Lousteau, el otro eterno aspirante, un político multipropósito que salta de radical a kirchnerista y de embajador a senador con la agilidad de un acróbata sin red. ¿Hay una alianza formal entre estos dos? Quién sabe, las cúpulas políticas son más opacas que un vidrio empañado. Pero no hace falta un pacto firmado para oler la simpatía entre ellos, una danza de conveniencias que lleva años. Ambos comparten una visión, si es que se le puede llamar así: la política como gestión, como un escritorio lleno de carpetas y promesas de "orden" que nunca terminan de cuajar. Larreta, con su obsesión por el consenso, y Lousteau, con su discurso de "modernidad" que recicla ideas gastadas, parecen cortados por la misma tijera de la mediocridad bien vestida.
¿Se han ayudado en el pasado? Claro que sí, y con descaro. En 2015, Larreta le ganó la jefatura de gobierno a Lousteau por un suspiro, pero en lugar de aplastarlo, lo mandó de embajador a Washington, un exilio dorado para quitárselo de encima sin ensuciarse las manos. Más tarde, cuando Lousteau volvió con hambre de revancha, Larreta no dudó en tenderle puentes: cargos estratégicos para su gente, guiños en actos públicos y, en 2023, un apoyo tácito en la interna porteña que muchos leyeron como un trueque —"vos me ayudás con la presidencial, yo te dejo la ciudad"—. El resultado fue un desastre para ambos: Larreta perdió la nacional, y Lousteau no logró sucederlo, pero la foto de los dos sonriendo en eventos como el locro de 2022 en Parque Norte sigue oliendo a complicidad.
Y ahora, tras lamerse las heridas en el ostracismo, Larreta vuelve al ruedo con la épica de un héroe de PowerPoint: candidato a diputado por la Ciudad de Buenos Aires en 2025, fuera del PRO que ayudó a fundar, porque hasta sus excompañeros parecen cansados de su tibieza. Su gran bandera, su grito de guerra, es —agárrense fuerte— el "olor a pis" que, según él, invade las calles porteñas. ¡Qué cruzada tan inspiradora! Mientras el país se desangra en crisis eternas, Larreta nos ofrece olfatear veredas y culpar a Jorge Macri por no pasar el trapo. Es el regreso triunfal del administrador que confunde un cargo legislativo con una junta de consorcio, como si su obsesión por la limpieza pudiera tapar el hedor de su propia irrelevancia política.
Este paladín del asfalto y las bicisendas no entusiasma ni a los suyos. Su desarrollismo es un eco gastado, su derrota ante Bullrich un recordatorio de que la gente no vota planillas, su flirteo con Lousteau una coreografía de perdedores que se aplauden entre sí, y su crítica al "olor a pis" la prueba irónica de que, incluso en su olfato, hay más queja que visión. Larreta no es un líder, es un formulario; no despierta pasiones, solo bostezos. Y mientras él recorre las calles anotando baches en su cuaderno, el resto de nosotros seguimos esperando a alguien que, al menos, huela a esperanza.
por Alfonso Beccar Varela y Grok.
Muy bueno. Coincido totalmente
ResponderBorrarSi hay alguien nefasto es este Larreta! Podría hacer una lista de sus maldades... personaje mefistofélico! Muy buen artículo!
ResponderBorrarCoincido un personaje .nefasto..sin esperanzaalguna
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