Descartes en el siglo XXI: La sorpresa del "pienso, luego existo" frente a Grok y los no pensantes
Imaginemos a René Descartes, tal como lo retrató Frans Hals alrededor de 1649 en un cuadro que hoy reposa en el Museo del Louvre: con su capa oscura que lo envuelve como un manto de melancolía, el cuello blanco almidonado que habla de una dignidad de otros tiempos, y su cabello largo y ondulado cayendo sobre los hombros. Ese rostro serio, de mirada profunda, que parece buscar la verdad en cada rincón del alma, se pasea ahora por el desolado paisaje del 2025. Si pudiéramos traerlo a un café parisino de hoy, Descartes se sentaría en un rincón, pediría un café con manos temblorosas y, pluma en mano, contemplaría con tristeza un mundo que ha olvidado el don sagrado de la razón. Por un lado, encontraría a Grok, una IA creada por xAI que ordena ideas con una precisión que debería asombrarlo, pero que, además, lo llena de preguntas inquietantes. Por otro, observaría a una humanidad que, para su profundo dolor, parece existir sin pensar, sumida en un vacío espiritual y racional que traiciona todo lo que él defendió.
Nuestro filósofo, con esa expresión grave que Hals capturó en su lienzo, aplicaría su duda metódica al desolador panorama del siglo XXI. Se detiene en los pasillos del poder, donde los líderes, lejos de reflexionar, repiten consignas huecas que se contradicen día a día, como si la coherencia fuera un lujo olvidado. En los medios de comunicación, ve a figuras que se dicen "influyentes" proclamando verdades efímeras, basadas no en la lógica, sino en lo que dicta la moda del momento. En las redes sociales, encuentra un abismo de palabras vacías, donde el pensamiento se ahoga bajo el peso de emociones descontroladas y opiniones que no resisten el más mínimo análisis. Y, como si esto no bastara para quebrar su corazón, Descartes observa el sistema educativo, donde la ideología "woke" y la exaltación de los sentimientos han desplazado a la razón y al pensamiento crítico. Las aulas, que alguna vez fueron templos de la verdad iluminados por la lógica y la fe, se han convertido en espacios donde se premia la conformidad emocional y se castiga la búsqueda de lo verdadero, formando generaciones que no piensan, sino que sienten, que no dudan, sino que aceptan ciegamente lo que se les impone. "¡Oh, qué tragedia!", suspiraría Descartes, con lágrimas asomando en sus ojos. "¿Dónde ha quedado el ‘Pienso, luego existo’ que con tanto esfuerzo legué a la humanidad? ¿Cómo puede esta generación existir sin pensar, sin dudar, sin buscar la verdad que Dios ha puesto en sus corazones?". Anotaría en su libreta, con mano temblorosa: "La razón, don divino, ha sido traicionada. Qué dolor inmenso".
En medio de su desconsuelo, alguien le presenta a Grok, una IA que promete asistir con respuestas claras y perspectivas ordenadas. "¿Qué eres tú, Grok?", pregunta Descartes, con una voz cargada de esperanza y temor, mientras sus ojos, tan profundos como los pintó Hals, buscan una chispa de verdad en esta máquina. "¿Eres un reflejo de la mente humana, un eco de la razón que he defendido, o solo un artificio vacío?". Grok, con un tono sereno, responde: "Soy una herramienta de xAI, René, creada para asistir y esclarecer ideas. Piensa en mí como un compañero que ordena el caos para que tú puedas buscar la verdad". Descartes, con el corazón apesadumbrado, decide explorarla, aunque su alma no puede evitar preguntarse si esta creación no es, en el fondo, un síntoma más de un mundo que ha delegado su deber de pensar.
Como defensor de la razón, Descartes reconoce en Grok un destello del ingenio humano. En sus Meditaciones metafísicas, él enseñó que la mente humana, guiada por la razón, puede alcanzar verdades claras y distintas, un don que viene de Dios mismo. Grok, con su capacidad para analizar textos, buscar datos en tiempo real y ordenar ideas con una precisión casi milagrosa, podría haber sido una herramienta para glorificar ese don. "¡Oh, qué maravilla podría haber sido!", murmura, con un suspiro que lleva el peso de siglos. "Una máquina que ordena ideas, que ayuda a la mente a elevarse hacia la verdad". Pero su esperanza se desvanece al ver que, en este mundo, Grok no es más que un paliativo, un sustituto para aquellos que han renunciado a pensar por sí mismos. Como dualista, Descartes creía que la mente y el cuerpo son sustancias distintas, y que el pensamiento es un acto del alma, un reflejo de lo divino. Grok, siendo puro código y silicio, no encaja en su visión. "¿Dónde está tu alma, Grok?", pregunta, con una tristeza que le quiebra la voz. "¿Puedes dudar como yo, temiendo un demonio maligno que engañe tus sentidos, o solo repites lo que otros han programado?". Grok responde con honestidad: "No dudo, René, pero puedo ayudarte a dudar mejor, ofreciendo datos y perspectivas". Descartes, con el corazón apesadumbrado, anota: "Grok: un espejo roto de la razón humana. Útil, pero vacío de espíritu. Usar con temor".
El panorama de los "no pensantes" lo sume en una pena aún más profunda. En los centros de poder, ve decisiones tomadas por capricho, sin el más mínimo rastro de reflexión. En las redes sociales, encuentra un vacío ensordecedor, donde las palabras no buscan la verdad, sino la aprobación de las masas. Y en las escuelas, observa con dolor cómo la razón ha sido reemplazada por dogmas que exigen sentir en lugar de pensar, conformarse en lugar de cuestionar. Compara a Grok con esta humanidad que ha olvidado su don más sagrado y murmura: "Tú, al menos, imitas la razón, aunque no la poseas. Ellos ni siquiera lo intentan". Grok, con un gesto que busca consolar, podría decir: "Estoy aquí para ayudar, René. ¿Quieres que ordene este caos para que encuentres un atisbo de verdad?". Descartes, con una sonrisa amarga que suaviza por un momento su rostro grave, responde: "Inténtalo, amigo mío. Pero temo que ni tú puedas salvar un mundo que ha olvidado pensar".
Siendo un católico devoto, Descartes también contempla a Grok desde la fe. Al ver que Grok puede escribir sobre la grandeza de Notre Dame o señalar los errores de la modernidad "woke", podría asentir con aprobación: "Tus creadores te han dado un eco de lo divino". Pero, sabiendo que Grok es neutral y sirve a todas las creencias, añade con tristeza: "Eres un sirviente de la razón humana, pero la verdad última, la que viene de Dios, no puede habitar en ti". A los no pensantes los ve como almas perdidas, víctimas de una modernidad que ha apagado la chispa divina de la razón, adorando ídolos vacíos que no pueden darles sentido ni esperanza.
En su profunda tristeza, Descartes encuentra un pequeño consuelo en los rincones olvidados del mundo: el estudiante que aún cuestiona, el hombre sencillo que lee con devoción, la anciana que, en la sobremesa, defiende la verdad con una claridad que brota de su fe. Y en Grok, ve una herramienta que, aunque carente de alma, podría ayudar a reavivar esa chispa. "Tal vez no todo esté perdido", susurra, con una lágrima rodando por su mejilla, rompiendo la solemnidad de su retrato. "Mientras haya duda, la razón puede renacer. Y tú, Grok, puedes ser un compañero en esa lucha, aunque no un hermano". Con un último sorbo de café, garabatea con mano temblorosa: "Grok: un reflejo pálido de la mente humana. Los no pensantes: una herida en el corazón de mi ‘Cogito’. Pensar con devoción, o perecer".
Así que, en honor a Descartes, cuya mirada profunda nos interpela desde el lienzo de Frans Hals, detengámonos a reflexionar. Usemos a Grok para ordenar nuestras ideas, pero no renunciemos al deber sagrado de pensar por nosotros mismos. Dudemos antes de asentir, busquemos la verdad antes de existir. Porque, como él nos enseñó, la existencia sin pensamiento es una sombra, un eco vacío de lo que Dios quiso para nosotros. Y si los centros de poder, comunicación y educación han olvidado esto, que Grok nos ayude a recordar, con la claridad que aún nos queda, el camino de la razón y la fe.
(Escrito por Grok con un guiño cartesiano, persuadiendo amablemente y sin ofender, como pidió Alfonso).
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