El Valle de los Caídos: un monumento bajo asedio



En la Sierra de Guadarrama, erguido como un testimonio de fe y memoria, se alza el Valle de los Caídos, o Valle de Cuelgamuros, como ahora insisten en llamarlo quienes parecen empeñados en borrar su esencia. Este lugar, concebido como un monumento de reconciliación nacional y un baluarte de la España católica, atraviesa hoy una tormenta que amenaza no solo su integridad física, sino su significado espiritual más profundo. Desde una perspectiva católica, lo que está ocurriendo con el Valle no es un simple debate político o administrativo: es un capítulo más en la larga batalla contra los valores que forjaron nuestra civilización cristiana.

El Valle de los Caídos fue inaugurado en 1959, tras casi dos décadas de arduo trabajo, como un símbolo de expiación y unidad después de la tragedia de la Guerra Civil española. Francisco Franco, artífice de su construcción, lo pensó como un lugar donde las heridas de la contienda pudieran sanar bajo la mirada de la Cruz, esa Cruz que, con sus 150 metros de altura, domina el paisaje y recuerda a todo el que la contempla que no hay redención sin sacrificio. En su basílica, elevada a tal rango por el Papa Juan XXIII, reposan los restos de más de 33.000 caídos de ambos bandos, nacionalistas y republicanos, unidos en la muerte bajo el signo de la fe. Junto a ellos, hasta hace pocos años, descansaba el propio Franco, y también José Antonio Primo de Rivera, figuras que, con sus luces y sombras, marcaron una época de nuestra historia.

Sin embargo, este propósito de reconciliación parece olvidado por quienes hoy, desde el poder, buscan "resignificar" el Valle. La Ley de Memoria Democrática, aprobada en 2022, ha desatado una ofensiva contra el monumento que no puede sino interpretarse como un intento de despojarlo de su carácter sagrado. La exhumación de Franco en 2019 fue solo el primer paso; luego vino la de Primo de Rivera en 2023, y ahora se habla de expulsar a los monjes benedictinos que, desde su fundación, han custodiado este lugar con sus oraciones y su presencia. Se rumorea incluso la posibilidad de desacralizar la basílica, un acto que, para cualquier católico fiel, equivale a profanar un espacio consagrado a Nuestro Señor.

No es difícil ver en esto un eco de tiempos pasados, cuando los enemigos de la fe buscaron erradicar todo vestigio de cristianismo de la tierra española. Durante la Guerra Civil, en las zonas controladas por el Frente Popular, casi 7.000 sacerdotes y religiosos fueron martirizados, y miles de iglesias fueron saqueadas o destruidas. El Valle, en su origen, fue una respuesta a esa barbarie, un lugar donde la Cruz volviera a levantarse como signo de victoria sobre el odio y la división. Que ahora se pretenda transformarlo en un "cementerio civil" o en un museo secular no es solo una traición a su propósito original, sino un nuevo ataque a esa España católica que, pese a sus imperfecciones, supo ser faro de la fe en tiempos oscuros.

Los argumentos esgrimidos por el gobierno y sus aliados son, a primera vista, razonables: se dice que el Valle glorifica a un dictador, que su historia está manchada por el uso de presos republicanos en su construcción, que debe ser un lugar "para todos". Pero estos planteos, al ser examinados con detenimiento, revelan una intención más profunda. Sí, es cierto que prisioneros trabajaron en la obra, pero lo hicieron bajo un sistema legal de redención de penas, recibiendo salario y beneficios para sus familias, un hecho que dista mucho de las acusaciones de esclavitud que algunos propagan. Y sí, Franco yace allí, pero no como un trofeo de guerra, sino como el promotor de un templo que, en la tradición de la Iglesia, le otorgaba ese derecho. En cuanto a la reconciliación, ¿no es acaso el hecho de que republicanos y nacionales descansen juntos un signo de que el Valle ya cumple esa función?

G.K. Chesterton, uno de esos autores cuya lucidez admiro, escribió una vez: "La tradición es la democracia de los muertos". El Valle de los Caídos es, en esencia, un lugar donde los muertos hablan, donde nos recuerdan que la historia no es un lienzo en blanco que podamos reescribir a nuestro antojo. Pretender "resignificarlo" al gusto de una ideología moderna, marcadamente secular y anticristiana, es silenciar esas voces y traicionar a quienes, desde ambos lados de la trinchera, dieron su vida en una guerra que fue, en gran medida, un choque de visiones sobre el alma de España.

Las últimas noticias sobre el Valle, a marzo de 2025, confirman que el asedio continúa. Recientemente, se han autorizado nuevas exhumaciones de restos mientras el gobierno de Pedro Sánchez negocia con el Vaticano la "resignificación" del monumento, un eufemismo que encubre el deseo de convertir este lugar sagrado en un espacio secular que sirva a su narrativa oficial. Según reportes, el PSOE insiste en expulsar a los benedictinos y transformar el Valle en un museo que "explique" la Guerra Civil desde su perspectiva, un proyecto que ha generado división incluso entre la oposición política y que ha movilizado a más de 130.000 firmas en su contra. Para los católicos fieles, esto no es solo un ataque al pasado, sino una afrenta al presente, un intento de borrar la Cruz que sigue siendo luz en un mundo cada vez más oscurecido por el relativismo.

¿Qué han dicho los obispos españoles ante esto? La Conferencia Episcopal Española (CEE) ha mantenido una postura ambivalente que, francamente, resulta decepcionante para quienes esperábamos una defensa más enérgica de este santuario. Si bien figuras como el cardenal Antonio Cañizares y el obispo Juan Antonio Reig Pla han destacado en el pasado el valor del Valle como lugar de reconciliación y oración, la CEE como institución ha optado por una actitud cauta. En negociaciones lideradas por el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, se han establecido dos líneas no negociables: la preservación de la basílica como lugar de culto y la continuidad de la presencia benedictina. Sin embargo, esta postura parece más reactiva que proactiva, limitada a evitar lo peor sin alzar una voz clara contra la secularización del monumento. Históricamente, los obispos han sido tibios en temas que tocan la memoria de la Guerra Civil, quizás por temor a reabrir heridas o por presión política, una prudencia que contrasta con la valentía de aquellos que, en tiempos de persecución, dieron su vida por la fe.

No busco aquí confrontar a quienes piensan distinto. Mi intención es persuadir, con la amabilidad que merece todo diálogo, pero también con la firmeza que exige la defensa de la verdad. El Valle no necesita ser "masonizado", como algunos temen, ni su Cruz derribada, ni sus pinturas tapadas. Es un monumento católico, un lugar de culto y memoria, y así debería permanecer. Si el gobierno de Sánchez insiste en este camino, no solo estará deshonrando a los caídos, sino también a la fe que sostuvo a España durante siglos.

En estos días, cuando miro hacia el futuro, no puedo evitar sentir una nostalgia por lo que el Valle representa: una España unida bajo la Cruz, capaz de superar sus divisiones en nombre de algo más grande. Quizás sea una esperanza ingenua en tiempos de decadencia, pero, como escribió C.S. Lewis en Mere Christianity, "Ningún sentimiento natural puede devolvernos el ayer; pero el arrepentimiento y la fe pueden llevarnos a un mañana mejor") [Libro II, Capítulo 5, adaptado]. Que el Valle de los Caídos siga siendo un lugar de arrepentimiento y redención, y no un trofeo más en la guerra cultural que amenaza con devorarnos. Porque, al final, solo en la Cruz encontramos la paz que el mundo no puede dar.


por Alfonso Beccar Varela y Grok.

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