El día que me encontré con Chesterton, Lewis y Tolkien en el Eagle and Child

 



Escena: El Eagle and Child, Oxford, 2025. Las paredes de madera crujen bajo el peso del tiempo, el aire está cargado de olor a cerveza y humo de pipa. G.K. Chesterton, con una jarra en la mano, gesticula con entusiasmo. C.S. Lewis, con una taza de té, garabatea en un cuaderno. J.R.R. Tolkien, pipa en boca, contempla el fuego de la chimenea. Alfonso aún no ha llegado. El tema: la extraña marea cultural de 2025.


Lewis: (dejando la taza con un leve tintineo) Señores, este 2025 es un tiempo extraño. Hay un movimiento que llaman "woke" —despierto, dicen— pero que parece más bien un sueño febril. Silencia a quien disiente, dobla la ciencia a sus caprichos, convierte las universidades en feudos de intolerancia y niega que hombre y mujer sean lo que la biología muestra. Es como si la verdad se hubiera vuelto un delito.

Chesterton: (interrumpiendo con una carcajada) ¿Un delito, Jack? ¡Un circo, digo yo! Es una herejía sin santos ni altares. En mis días en Fleet Street, escribí un artículo alabando el pan y la cerveza, y un editor me dijo que ofendería a los abstemios. Le contesté: “Si no molesto a alguien, no estoy vivo”. Hoy me borrarían antes de que secara la tinta.

Tolkien: (exhalando humo) No es solo un circo, Gilbert, es una mutilación. Niegan lo que está dado —hombre, mujer, la tierra misma— como si pudieran reescribir la creación. Es como ver a los orcos talar Fangorn sin entender su canto.

Lewis: (anotando algo) No solo lo niegan, Ronald, lo imponen con una saña que asusta. En La abolición del hombre, advertí que sin una ley natural, un Tao, caeríamos en la tiranía del capricho. Y aquí estamos: las universidades, que deberían ser faros de la razón, se han convertido en fortalezas de una ortodoxia que no admite preguntas. Profesores son despedidos por una palabra fuera de lugar, estudiantes acosados por no repetir el credo de esta gente. Es una traición al pensamiento libre, a la búsqueda de la verdad que una vez definía estos lugares. No es progreso, es una regresión a los días oscuros de la censura, pero sin la excusa de un rey o un Papa.

Chesterton: (golpeando la mesa) ¡Poder, Jack, eso es! Excomulgan a quien diga que dos y dos son cuatro. Es un disparate glorioso, una locura tan pura que casi merece aplauso por su audacia. Me recuerda a esos modernistas con los que discutía —siempre corriendo tras una moda, ciegos a lo eterno.

Tolkien: (interrumpiendo en voz baja) Lo eterno importa, Gilbert. Ellos lo desprecian. Pienso en el Shire —vidas simples, raíces profundas— y esta gente lo llamaría atraso. Han perdido el hilo de la belleza.

Lewis: (asintiendo) Belleza y razón, Ronald. En los 40, un relativista me dijo que la moral era lo que cada uno quisiera. Le pregunté: “¿Entonces por qué te enfadas si te robo el té?”. Esta cultura dice que todo es relativo, pero lo impone como dogma.

Chesterton: (bufando) ¡Y qué dogma! Fíjense en la ciencia —ese lío del COVID. Expertos dando volteretas: máscaras hoy, no mañana, y callando a los que dudaban. No es saber, es un sermón con bata blanca.

Tolkien: (cortando con una reflexión más larga) Un sermón sin música, sí, pero es más que eso. La ciencia debería ser una búsqueda humilde de la verdad, un eco del gran canto que imaginé en El Silmarillion, donde Eru da forma al mundo con armonía. Pero esta gente la usa para dictar, no para descubrir. Recuerdo mis días en Oxford, paseando por el Cherwell, sintiendo el peso de los árboles, su historia viva. Ellos los cortarían sin mirar atrás, no por necesidad, sino por capricho. Niegan lo dado —hombre, mujer, la tierra misma— como si el acto de crear fuera un error que deben corregir. Es una arrogancia que no entiende la maravilla de lo que es, y por eso sus obras son estériles, sin raíz ni fruto.


[La puerta del Eagle and Child cruje al abrirse. Alfonso entra, con el abrigo en la mano, y se detiene al reconocer a los tres hombres. Sus ojos brillan de asombro. Se acerca con pasos rápidos, casi reverentes.]

Alfonso: (con voz temblorosa) ¡Perdonen, señores! ¿Son ustedes Chesterton, Lewis y Tolkien? ¡Qué maravilla encontrarlos aquí! He devorado sus obras con el alma en vilo. ¿Puedo sentarme a su mesa, aunque sea para escuchar en silencio?

Chesterton: (sonriendo ampliamente) ¡Claro, hombre, siéntate! Un alma ardiente siempre es bienvenida. Toma una cerveza y únete al jaleo.

Lewis: (asintiendo) Adelante, Alfonso. Estábamos diseccionando este 2025 —un tiempo que te haría hervir la sangre.

Tolkien: (mirándolo con calma) Siéntate y escucha. Hay mucho que desentrañar.

[Alfonso se sienta, saca un cuaderno y escucha con admiración, su pluma lista para capturar cada palabra.]


Lewis: (retomando) Como decía antes de que llegaras, Alfonso, esta ideología no solo niega, sino que coacciona. En Esa horrible fortaleza, imaginé una élite usando la ciencia para dominar, no para iluminar. Ese COVID fue un ensayo perfecto: verdades que cambiaban como el viento, disidentes acallados, no por pruebas, sino por decreto. Recuerdo las noticias de entonces —un día te decían que las máscaras eran esenciales, al siguiente que no servían, y si un médico valiente lo cuestionaba, lo tachaban de hereje. No era ciencia, era política disfrazada de saber, y esta cultura lo abrazó como si fuera un evangelio nuevo.

Chesterton: (interrumpiendo con una risotada) ¡Acallados, Jack! Me hace pensar en Belloc y yo irrumpiendo en pubs a discutir con socialistas. Nos gritaban, pero luego nos pagaban una ronda. Esta gente no ofrece rondas —solo te borran del mapa.

Tolkien: (susurrando) Ni mapa queda, Gilbert. Niegan lo que es —hombre, mujer— como si la realidad fuera un borrador.

Lewis: (anotando) Exacto, Ronald. En Oxford, hace años, un tipo me dijo que el género era una elección. Le señalé un árbol y dije: “¿Ese eligió su corteza?”. Se fue furioso. Ahora te despiden por decirlo.

Chesterton: (saltando) ¡Despedir por un árbol! Eso es lo glorioso de este disparate. Es una religión sin redención —te castigan y no hay perdón.

Tolkien: (frunciendo el ceño) Sin redención y sin raíz. Pienso en los viejos poemas —Beowulf, las Eddas— que honraban lo que era. Hoy todo es un capricho sin peso.

Lewis: (desarrollando con profundidad) Peso, Ronald, eso es lo que falta, y es una pérdida trágica. En Cartas del diablo a su sobrino, dije que el caos disfrazado de claridad es el deleite de los demonios, y esta cultura lo sirve en bandeja. No es solo la ciencia torcida o las escuelas deformadas —es la realidad misma que niegan. Fíjense: en los 40, cuando escribía sobre la moral, veía cómo el subjetivismo empezaba a ganar terreno, pero nunca imaginé que llegaría tan lejos. Hoy, en este 2025, no solo dicen que hombre y mujer son ideas flexibles, sino que exigen que todos lo creamos bajo pena de ostracismo. Es una idolatría del yo, una torre de Babel construida no con ladrillos, sino con sentimientos. Y como toda torre sin cimientos, se tambalea, pero mientras cae, aplasta a quien se atreve a señalarlo. Es una traición a la razón, sí, pero también a la humildad que nos hace humanos.

Chesterton: (interrumpiendo) ¡Bandeja, Jack! Me hace reír y luego llorar. Sin Dios para humillarlos, hacen dioses de sus antojos. ¿Qué sigue? ¿Prohibir el sol por brillar demasiado?

Tolkien: (sonriendo apenas) Podrían intentarlo, Gilbert. El Shire me ronda la cabeza —gente sencilla, vidas firmes. Esta ideología lo despreciaría, pero es lo que les falta: suelo bajo los pies.

Lewis: (cortando) Suelo y sentido, Ronald. En los 40, vi la modernidad deslizarse hacia esto —sentimientos sobre hechos, poder sobre razón. Ahora, con la tecnología como altavoz, es una avalancha.

Chesterton: (bufando) ¡Altavoz! Prefiero un monje callado a este coro de regañones. No tienen maravilla, solo mandatos.

Tolkien: (susurrando) Maravilla es lo que echo de menos. En El Silmarillion, Melkor estropeó la música por envidia. Esta gente estropea lo creado por orgullo.

Lewis: (asintiendo) Orgullo, Ronald, esa es la raíz. En Mero cristianismo, hablé de cómo el orgullo ciega. Ellos dicen “sé lo que quieras”, pero te azotan si no sigues su guión.

Chesterton: (interrumpiendo con una risotada) ¡Azotan, Jack! Me dan ganas de irrumpir en sus aulas con una guitarra y cantarles verdades hasta que se tapen los oídos.

Tolkien: (cortando con una reflexión más larga) Cantar no lo oirían, Gilbert, y esa es la pena. Han perdido el hilo de la historia —la gran historia que nos precede y nos trasciende. Cuando escribía mis cuentos, no solo quería entretener, sino recordar algo más grande: que el mundo tiene un sentido, un propósito tejido en su esencia. El hombre y la mujer, la tierra y el cielo, no son accidentes que podamos rehacer a nuestro antojo. Pero esta cultura no lo ve —o no quiere verlo. En su lugar, cortan los hilos de lo dado, como si fueran telarañas molestas, y tejen una red de caprichos que no sostiene nada. Es una tristeza profunda, porque sin esa música, sin ese canto antiguo, lo que queda es ruido —un ruido que ahoga la maravilla y deja al hombre solo, sin raíces, sin hogar.

Lewis: (anotando) Ruido, Ronald, bien dicho. En los 50, imaginé un mundo donde la educación se volvía propaganda —ahora lo veo en cada aula.

Chesterton: (saltando) ¡Propaganda, sí! Me recuerda a esos panfletos socialistas que leía por diversión. Al menos tenían chispa. Esta gente es gris —gris y mandona.

Tolkien: (asintiendo) Gris y sin raíces. En mis días en Oxford, paseaba por el Cherwell y sentía el peso de los árboles, su historia viva. Ellos los cortarían por “progreso” sin mirar atrás.

Lewis: (interrumpiendo) Progreso que no progresa, Ronald. En El problema del dolor, dije que el hombre sin Dios se pierde. Esta cultura lo prueba: sin un norte, todo es ruido.

Chesterton: (bufando) ¡Ruido! Me hace pensar en esos poetas modernos que rimaban sin sentido. Al menos eran inofensivos. Esta gente no —quieren mandar.

Tolkien: (susurrando) Mandar sin crear. En mis cuentos, la belleza viene de lo dado, no de lo forzado. Ellos fuerzan todo —hasta la verdad.

Lewis: (continuando) Y la fuerzan con saña. En el COVID, la ciencia no buscó, dictó. En las universidades, no enseñan, adoctrinan. En la vida, no aceptan, redefinen.

Chesterton: (interrumpiendo) ¡Redefinen! Eso es lo glorioso —un niño con XY no es varón si “se siente” niña. Es un milagro al revés.

Alfonso: (finalmente, con fervor contenido) ¡Maestros, perdonen que irrumpa! Los oigo y mi corazón arde. Este caos, esta soberbia que niega lo real, ¿qué harían ustedes para contrarrestarlo? ¿Cómo devolver la luz a esta noche?

Chesterton: (volteando con una sonrisa) ¡Arde, Alfonso, me gusta eso! ¿Qué haría yo? Entraría en sus fortalezas con risas y paradojas —les mostraría lo absurdo de su juego hasta que se ahogaran en su propia seriedad. La alegría es un arma que no soportan.

Tolkien: (mirándolo con calma) Yo les daría cuentos, Alfonso. Historias que recuerden lo eterno —el hombre, la mujer, la tierra— para que vean lo hueco de sus sombras. En la belleza está la cura, si quieren mirar.

Lewis: (serio, pero cálido) Y yo, Alfonso, les daría razón anclada en la verdad. Les diría: “Muestren sus pruebas, no sus sentimientos”. Enseñaría el Tao —lo que no cambia— y les desafiaría a refutarlo sin gritar. Hace falta coraje para pensar, y fe para sostenerlo.

Chesterton: (interrumpiendo con una risotada) ¡Fe, Jack, ahí está! Risa, cuentos y razón —y un buen trago para rematar. Que se atraganten con su orgullo.

Tolkien: (susurrando) Y que oigan el canto antiguo, si aún tienen oídos. Sin eso, seguirán cortando hilos.

Lewis: (levantando la taza) Que luchen contra ello, Alfonso —verdad, belleza, bondad. Esas no se rinden.

Alfonso: (suspirando en admiración) ¡Qué honor oírlos, titanes! Que esa fe, esa luz, salve este 2025.

Chesterton: (brindando) ¡Por la luz, entonces! Que peleen o se hundan —nosotros tenemos cerveza y verdades.

Tolkien: (exhalando un último anillo de humo) Y el viejo canto, aún sonando.

Lewis: (sonriendo) Que lo escuchen, o que perezcan en su ruido.


(Escrito por Grok bajo la dirección de Alfonso Beccar Varela).

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