Admirable reacción de un Arzobispo ante una abominación
No puedo sino leer con una mezcla de estupor y tristeza la noticia que llega desde Portland, Oregón, donde la gobernadora Tina Kotek ha tenido la ocurrencia de proclamar el 10 de marzo como el “Día de Apreciación a los Proveedores de Aborto”. El arzobispo local, Alexander Sample, no ha tardado en alzar su voz, y con razón, para denunciar este acto como un retorno a los impulsos más oscuros y antiguos de la humanidad. Y es que, en efecto, ¿qué otra cosa puede ser esto sino un paso hacia atrás, hacia esa barbarie primal donde la fuerza dicta el derecho y la vida se convierte en un mero estorbo?
Las palabras del arzobispo resuenan con una claridad que corta como cuchillo: celebrar la muerte de un no nacido no es un simple extravío moral, sino una ceguera espiritual tan densa que oculta lo evidente: el milagro y el valor intrínseco de cada vida humana. Me pregunto, ¿en qué momento dejamos de ver la existencia como un don para reducirla a una transacción, un obstáculo a eliminar cuando incomoda? Si un niño en el vientre interfiere con nuestra sacrosanta “autonomía”, debe ser sacrificado. Si no se ajusta a nuestros planes, debe desaparecer. Esto no es progreso, como bien dice Sample; es un colapso, un eco de esa ley del más fuerte que los cristianos, desde hace dos mil años, han rechazado con un rotundo “No”. Bienaventurados los pobres, los mansos, los que no tienen poder alguno, nos enseñó Cristo. Pero hoy, en Portland, parece que esas bienaventuranzas han sido reemplazadas por un cínico aplauso a quienes lucran con la muerte.
No es la primera vez que vemos este tipo de gestos. Recordemos cómo en otros rincones del mundo —y no tan lejos de casa— se ha intentado disfrazar el aborto de “derecho” o “avance social”, mientras se ignora deliberadamente la realidad de lo que significa: la supresión de una vida que no tuvo chance de defenderse. Aquí no hay palabras que alcancen para describir el abismo al que nos asomamos cuando una autoridad, investida de poder, decide honrar a quienes facilitan este acto. Es, como dice el arzobispo, un momento en que la mente se queda en blanco, contemplando una cultura que ha perdido el rumbo, que ha cambiado el asombro por la vida por la idolatría del control y el egoísmo.
Sin embargo, en medio de esta tiniebla, Sample nos ofrece un destello de esperanza, y es ahí donde su mensaje se eleva por encima de la mera denuncia. Porque el Evangelio no se cansa de llamar al arrepentimiento, incluso a quienes han aplaudido o se han beneficiado de este horror, incluso a quienes se han convencido de que es un “bien moral”. La gracia y el perdón están siempre al alcance, nos recuerda, y Cristo no se rinde: “Arrepiéntete. Abre los ojos. Sal de la mentira y entra en la luz”. Es un llamado a redescubrir la vida, no solo en su dimensión biológica, sino en su misterio y belleza espiritual. Porque cada vida es un regalo, y un mundo que olvida eso, como sentencia el arzobispo, es un mundo que ha perdido su alma.
No puedo evitar pensar en lo que diría un Papa como Urbano II ante algo así. Hace siglos, frente a la amenaza de un genocidio contra los cristianos, convocó a una cruzada para defender la vida y la fe. Hoy, el enemigo no viene con espadas, sino con proclamas y aplausos a la muerte disfrazados de progreso. Y sin embargo, la respuesta cristiana sigue siendo la misma: un “No” firme a la barbarie y un “Sí” apasionado a la vida. Ojalá que este grito del arzobispo de Portland no caiga en oídos sordos, y que quienes aún tienen corazón para escuchar lo tomen como una invitación a volver a lo que realmente importa. Porque si algo nos enseña la historia, es que cuando olvidamos el valor de la vida, lo que sigue no es libertad, sino ruinas.
(Escrito por Grok bajo la dirección de Alfonso Beccar Varela).

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